Liderado por la conexión recobrada entre Campazzo y Tavares y con una extraordinaria segunda parte de Musa, los de Chus Mateo vencen en un clásico en el que Willy Hernangómez naufragó en su debut
Musa intenta anotar ante la defensa del Barça.ACB PHOTO
La Supercopa Endesa es terreno blanco, como si el síndrome postvacacional no le pasara la misma factura que al resto. Suma 11 victorias de carrerilla en el torneo (no pierde desde 2017), cinco títulos seguidos, los últimos cuatro ante el Barça en la final. El mismo rival derrotado ayer en Murcia, esta vez en semifinales, una pequeña venganza de la pasada Liga. La recobrada conexión Campazzo-Tavares y, sobre todo, la estruendosa segunda mitad de Dzanan Musa fueron demasiado para el primer paso del proyecto Roger Grimau. UCAM Murcia o Unicaja serán este domingo el rival de los blancos por el primer título del curso. [80-90: Narración y estadísticas]
El nuevo Barça post Jasikevicius frente al Madrid continuista de Chus Mateo, más bajas que altas, con apenas el regreso de Campazzo como novedad. Y se notaron esos mecanismos que no necesitan refresco. “El hecho de conocernos nos ha dado ventaja”, se sinceraba el honesto entrenador blanco. Entre las cuatro caras nuevas de los azulgrana, nueve puntos, especialmente fuera de onda el esperado Willy Hernangómez: falló sus seis lanzamientos. Cuando Musa subió el listón, ya no pudo seguir nadie su ritmo.
El primer clásico de la temporada fue apenas un simulacro. Más golpes que aciertos, más movimiento de banquillo que ritmo en la cancha y, sobre todo, más ases en la manga que trucos tácticos desvelados. Desde bien pronto Laprovittola tuvo claro que era él contra el mundo. Acabó con 27 puntos pero, sin acompañantes (apenas Satoransky) en su aventura, el Barça se fue desdibujando, perdiendo energía y fe, siendo derrotado claramente.
El argentino fue el dueño y señor del amanecer, con un primer cuarto impecable. Cuando se tomó el primer respiro, a los nueve minutos, había sumado (sin fallo), 16 de los 20 puntos del Barça. En el otro extremo, el debut errático de Willy, como si todavía no hubiera regresado del Mundial.
Al Barça de Grimau la fallaba la concentración, pecado venial a estas alturas. Cada vez que intentaba marcharse en el marcador, encajaba un parcial de pura desconexión. Y las pérdidas le mataban. Para colmo, Darío Brizuela, también debutante, duró 53 segundos en la cancha. Un desafortunado codazo de Tavares impactó en su frente y le mandó al vestuario para no volver.
Un triple de Joel Parra puso una máxima (32-25), que el Madrid no tardaría en remontar. Desde entonces, otro bofetón, Campazzo a los mandos y Deck de ejecutor, un 5-17, idas y vueltas, baloncesto sí, de pretemporada. Aunque este domingo alguien vaya a inaugurar su palmarés oficial.
A la vuelta del vestuario se desataron las hostilidades ofensivas, como si se hubieran quitado un lastre en el descanso. Apareció Musa, 10 puntos casi de carrerilla (22 iba a firmar en la segunda mitad), y el Barça intentaba responder como podía para mantener la igualdad. Pero seguía apretando el Madrid, una marcha más en defensa y, además, el reencuentro de una pareja que ya hacía diabluras. Campazzo-Tavares, el pick and roll, para hacer sufrir al Barça, para devorar a un desenfocadísimo Willy y para estirar la ventaja (58-67).
Un demarraje para el que ya no le quedó gas al Barça. Hace ocho años que no gana la Supercopa. El Madrid, este domingo, podría levantar la sexta consecutiva. Todas con Edy Tavares, el más determinante (13 puntos, 11 rebotes, cuatro tapones…), el gigante al que aún no ha sido capaz de renovar el club blanco.
Aquella mañana en la playa de Fuentebravía, en el Puerto de Santa María, la carrera con Jaime, el pequeño de sus tres hijos, no había sido como las demás. "Joder, me ganaba con seis años. Estaba reventado", revisita Tomás Bellas (Madrid, 1987) en voz alta al instante preciso en el que todo cambia para siempre, en el que uno se da cuenta de que algo, de verdad, no va bien. Las vacaciones familiares en Cádiz el pasado mes de julio tornaron en pesadilla, en una sucesión precipitada de acontecimientos. Noches de sudoración descontrolada, "como un animal", inflamación de ganglios, tos, una visita de urgencia al hospital y un ingreso sin tiempo que perder. "A los pocos días nos confirmaron todos los presagios. Tenía un linfoma", recuerda el base, 14 temporadas en la ACB, el salto inicial del otro partido de su vida.
El 10 de mayo de 2024 Tomás, sin saberlo, se había vestido de corto por última vez. "Ganamos al Valladolid. A un entrenador que me echó de Fuenlabrada, que le tenía ganas... Bueno, no es mal colofón", saca pecho con media sonrisa melancólica. Repartió ocho asistencias, disfrutó y se despidió del Fernando Martín dándose el gusto de un baile más: la siguiente temporada seguiría en el Fuenla, uno de los clubes de su vida, al que ayudaba en su retorno a esa Liga Endesa en la que él disputó 466 partidos. "Nada mal para un tipo normal que no levanta el 1,80", reivindica una carrera que "ha sido la hostia". Ya en pasado, confirmada su retirada, pese a "estar ya sin enfermedad en el cuerpo". "Eso no quiere decir que este curado. El alta no te lo dan hasta que pasan 10 años", explica.
Tomás repasa con EL MUNDO su batalla de los últimos meses sentado en la mesa de reuniones de su empresa familiar, en Las Rozas. La que fundó su padre hace 32 años y en la que ahora le acompañan sus cuatro hermanos. A la que volvía cada verano unas semanas para echar una mano, para hacer gala de sus estudios universitarios. Un jugador profesional. Ya le ha crecido el pelo, aunque aún le acompaña una boina, nueva seña de identidad. Llegó a perder nueve kilos. Está volviendo al deporte, al crossfit, y va tachando de su lista las cosas que apuntó que no podía dejar de hacer. Esquiar, tirarse en paracaídas, viajar con sus hijos, ver en directo un Partizán-Estrella Roja (lo hizo este mismo viernes, en Belgrado)... Porque el final era una posibilidad. "Te pones en el peor escenario, claro. Y piensas: 'Mi vida ha sido fantástica, no tengo un solo pero a los 37 años", pronuncia con crudeza.
Tomás Bellas, en su empresa familiar en Las Rozas.ANTONIO HEREDIA
El sopapo fue inesperado. "Cuando me dicen, 'tienes un linfoma', yo estaba con mi padre en la habitación del hospital. Así, de frente. Es difícil describir las sensaciones. Intentas no llorar [se emociona, "ahora me cuesta"]. Intentas hacer ver a todos que estás bien. Porque creo que yo he sufrido, pero mucho más los que están alrededor", cuenta. El 19 de agosto recibió la primera sesión de quimioterapia en el Puerta de Hierro. "Hay cuatro estadios y yo estaba en el cuarto. Fue un tratamiento súper fuerte. Una bomba para mi organismo. Mi médula no estaba preparada, tuve un problema en el pericardio porque tenía el corazón encharcado, la quimio te inmunodeprime: cogí fiebre, varias semanas ingresado...", relata un infierno físico y mental del que escapó también con velocidad, como siempre deambuló por la cancha. "Antes del segundo ciclo, a finales de septiembre, me hicieron una prueba de Pet Tac y vieron que no tenía enfermedad. Había sido efectivo. Me dieron dos más, de refuerzo. El último, a mediados de noviembre", celebra.
"Estoy convencido de que el deporte me ha ayudado muchísimo. Para coger el toro por los cuernos. Era como un partido, había un objetivo y sabía que iba a tener que esquivar balas. Gran parte es actitud. El baloncesto me ha enseñado a saber sufrir, a que no siempre hay una recompensa inmediata, a gestionar las emociones...", relata un tipo al que no le cuesta admitir que nunca tuvo "pedigrí", pese a que con 12 años ya estaba en la cantera del Real Madrid.
Tomás Bellas.ANTONIO HEREDIA
El hándicap de la altura siempre le acompañó. Fue a la vez su acicate. Como las miradas de sospecha: "Ser infravalorado forja tu carácter". "Nunca fui a una selección. Es mi espina clavada, lo reconozco. Me podían haber llamado, sin lugar a dudas. Hay gente que ha estado con mucho menos nivel que yo", se queja, consciente también de que no ayudó su forma de ser -"mi carácter. Yo no soy una ovejita a la que dirijas"-, para bien y para mal, es su otra gran seña de identidad. Ha habido pocos guerreros con más ardor en la cancha que Tomás Bellas, pesadilla para los rivales, pretoriano de los entrenadores en sus cuatro equipos ACB (Gran Canaria, Zaragoza, Fuenlabrada y Murcia), desde Pedro Martínez hasta Sito Alonso, pasando por Aíto García Reneses, Jota Cuspinera, Luis Guil... "Era una mosca cojonera. 'Joder, hoy me toca contra Bellas', decían los rivales. He tenido peleas con todos. Yo siempre fui a muerte. Hacía en la cancha lo que nadie quería hacer", admite de unas batallas que ahora son anécdotas de amistad con sus ex rivales, los que le han abrumado con mensajes de apoyo e interés.
¿Cómo llega un niño bajito de Las Rozas a la elite? "Todo es más o menos positivo en función de las expectativas que tengas. Las mías ni de lejos eran estar 14 años en la ACB, casi 500 partidos, más competición europea, haber jugado la Summer League de Las Vegas... y un denominador común: he jugado muchísimos minutos", se enorgullece de una trayectoria que empezó por su padre, entrenador en equipos femeninos, guardián de sus primeros entrenamientos en el patio de su casa. En infantil ya estaba en el Madrid, pero a los 18 jugaba en Primera Nacional en el Torrelodones, "entrenando a las nueve de la noche con abogados, dentistas, pintores...". Quería centrarse en sus estudios universitarios y en su novia. Y por eso rechazó, ahora ríe, hasta a Pablo Laso. "Me quería en Cantabria tras una pretemporada, se quedó alucinado", recuerda.
Tomás Bellas.ANTONIO HEREDIA
Pero le llamó el Cáceres de Piti Hurtado, destacó en LEB Oro, y después le surgió la oportunidad "de una vida". Saltar a la ACB con el Gran Canaria. Se acogió a aquel decreto 1006 que hizo famoso Alberto Herreros. "Con Pedro Martínez fue un máster de cinco años, diario. Con una exigencia bárbara. Pero es lo que me permitió estar tantos años en la liga". Tras seis temporadas en Las Palmas, sale a Zaragoza, la otra cara del baloncesto, "peleando por no bajar, impagos... No fue muy agradable. Remar y remar". "De ahí a Fuenlabrada. Decido acercarme a casa por el tema de la empresa, la familia...". Y después Murcia, "una segunda juventud". Tras tres cursos, repliega, otra vez el negocio familiar como prioridad, y Tomás, Paola y Jaime, claro. Pero mantiene el gusanillo del deporte de elite en su vuelta a Fuenlabrada. "Ha sido la hostia. Mi carrera ha sido la hostia", repite.
Cuando le sobrevino la enfermedad, Bellas, siempre celoso de su intimidad, no quiso hablar públicamente demasiado. Se centró en la recuperación, se fue despidiendo del baloncesto al que no sabe si volverá como entrenador o director deportivo quizá y del que, por ahora, sólo echa de menos lo bueno, "competir, el vestuario...". "Si me llega a pasar más joven, probablemente hubiera intentado volver. Pero ya no está en mis planes", dice. Ahora cuenta el proceso por primera vez. En unos días, en Gran Canaria, recibirá un homenaje durante la Copa del Rey, en el "club de su vida", en el que fue capitán. "Todo esto ha sido una lección de vida. Me ha retirado del baloncesto, pero no de la vida. Te hace cambiar las prioridades. Antes te preocupabas porque no metías dos canastas y ahora porque estás vivo".
Se podría concluir que las circunstancias no están siendo amables con la selección española de cara a los próximos Juegos de París. Porque no sólo es que vaya a tener que clasificarse en un enredado Preolímpico en Valencia el próximo mes de julio. Si saca el billete, se encontrará en Lille (allí se juega la primera fase) un grupo realmente complicado.
El sorteo, celebrado este martes en The Patrick Baumann House of Basketball en Mies Suiza -con las leyendas Penny Taylor y Carmelo Anthony conduciendo el evento-, deparó tres probables rivales a cada cual más difícil para los de Sergio Scariolo. Porque el condicionante (el ránking FIBA) esta vez le jugó una mala pasada a España. Al ser segunda, no podía quedar encuadrada ni con EEUU ni con Alemania en la primera fase. Evitó a esos dos 'cocos', pero se encontró con otros.
Si gana en la Fonteta de Valencia (del 2 al 7 de julio en un torneo en el que sus rivales serán Angola, Líbano, Bahamas, Finlandia y Polonia), en los Juegos se las verá con Canadá (revelación y bronce en el último Mundial) y con Australia, viejo rival. Además de con el ganador del torneo Preolímpico que se disputa en El Pireo de Atenas y en el que son claramente favoritos la Eslovenia de Luka Doncic y la Grecia de Giannis Antetokounmpo. Avanzan hacia las medallas los dos primeros de los tres grupos y los dos mejores terceros.
Algo menos fiero resultó el bombo con la selección femenina, que ya está clasificada. Serbia, China y Puerto Rico serán las rivales de las de Miguel Méndez en la fase, en el Grupo A. El Grupo B estará formado por Canadá, Nigeria, Australia y Francia y el C lo integrarán los combinados de Alemania, Estados Unidos, Japón y Bélgica.
Por las que llevan años aguardando y por las jóvenes que llegan. Miki Oca no se dio ni un gramo de importancia en un oro para la historia del deporte español. Para desesperación de los periodistas, el seleccionador, en el cargo desde 2010, sólo hablaba de ellas. "¿Pero no habéis visto el partido, quién lo ha ganado?", despejaba. Ellas, un grupo tan cohesionado que ríen y celebran juntas, que bailan al ritmo de la DJ, la boya Paula Leitón, Hay Lupita y Potra Salvaje son sus himnos en el autobús.
Desde la concentración, ya en junio, en el CAR de Sant Cugat. Después en la altura de Sierra Nevada, un éxito a fuego lento. "Desde entonces ellas sólo me repetían que querían ganar el oro", admite Oca. Que mira a su lado a Bea Ortiz y sus cuatro goles, tres decisivos a la vuelta de vestuarios, y Martina Terré, y tampoco quiere personalizar. Porque "lo llamativo son sus paradas, pero sin el trabajo del resto..." Pero la protagonista es la portera, sin duda.
Una chica de 21 años con la timidez lógica de su edad. Que arruinó a los Países Bajos con una espectacular parada a su lado derecho en la tanda de penaltis. Y que en la finalísima fue una absoluta pesadilla para Australia: 15 intervenciones nada menos, un asombroso un 83% de acierto bajo los palos. Y todavía se lamentaba de las que no atajó. "Me estudio a todas a las rivales. Y mira, estoy pensando que hay algún gol que podría haber parado, que iba al sitio donde sabíamos y no lo he parado", se lamentaba con su afonía.
"Les entraba el ansia de chutar"
Ahí, en su voz rota, está otro de los grandes secretos de este oro logrado en el inmejorable marco de La Défense, repleto de banderas rojigualdas. Una de las grandes novedades introducidas por Miki Oca y su cuerpo técnico es la de contar en voz alta los 10 últimos segundos de cada posesión. Y esa tarea recae en Martina. "A la primera posesión ya pierdo la voz: 10, 9, 8, 7, 6... que me tiene la garganta...", admite la catalana, a la que cuesta hacerse oír en el estruendo del pabellón. "Antes sólo hacíamos el 10 y el cinco y les entraba un poco el ansia de chutar cuando decías el cinco. Esto gasta la voz, pero sirve. Porque hoy hemos hecho algún gol al final del tiempo. Así que estoy contenta", reconocía.
Terré irrumpió en la portería de la selección en el último Europeo, del que fue MVP. Fue desplazando poco a poco a una mítica como Laura Ester. Y esa convivencia es la que emociona a la joven de Barcelona, a la que se le saltan las lágrimas en zona mixta. "Laura, para mí, es algo muy grande. Tenerla a mi lado, como compañera de equipo, una mujer con tanto palmarés, tantos partidos jugados...", enumera la guardameta del Sant Andreu.
Martina Terré, en acción.Luca BrunoAP
Terré fue, junto con Elena Ruiz -otra perla que con 16 años debutó en Tokio 2020- campeona del mundo júnior en 2021, en Netanya. Allí estaban también Nona Pérez y Marta Camus, el relevo generacional. Y esa sangre nueva es, para ella, la que ha posibilitado el éxito, ese maleficio olímpico después de dos finales perdidas (Londres y Tokio, fueron quintas en Río), el colofón a un equipo de leyenda.
"Las jóvenes aportamos la inocencia de no haber jugador finales, de no tener dolores de cabeza, de saber que hemos perdido. Intentamos aportar ese momento de disfrutar, de jugar como sabemos, sin que nos tiemble nada. A veces se hace como un muro delante a las más veteranas. Nos dan la tranquilidad de saber que es una final y nosotras el empuje para ir a por todas", razonaba Martina, que estudia en la Universidad Pompeu Fabra y desde ayer es leyenda del waterpolo. Y que quita mérito a sus intervenciones felinas, porque "con lo bien que defiende mis compañeras es fácil encontrar los huecos para parar. Me dejan mi lado y ya está". Y ya está.