La UEFA demuestra con unas imágenes que Julián Álvarez tocó el balón con los dos pies para, a continuación, preguntarse si esas acciones, claramente involuntarias por el resbalón del argentino, deberían conducir a la anulación del penalti. Es decir, salva a sus jueces de VAR y de campo, porque aplicaron correctamente el reglamento, y traspasa la polémica a la FIFA. Es el comunicado de la mala conciencia, porque el espíritu de la norma es impedir que el lanzador saque una ventaja que en el caso de Julián Álvarez no se produce de ninguna forma.
La reflexión que pide la UEFA, sin embargo, no debería quedarse en la norma 14 que ahora releen en el Atlético en todas direcciones, sino que habría que ampliarla a todo el sistema del videoarbitraje, porque lo que ocurre hoy con el lanzamiento del penalti ha sucedido ya con las manos y los agarrones en las áreas. Fue Ancelotti quien acuñó el término «penaltito», con acierto. Hombre de fútbol, en el Metropolitano puso la misma cara que todos los españoles cuando un tiro a la portería de Unai Simón fue detenido por la mano de Cucurella durante la Eurocopa. El VAR dijo que no era penalti. No era momento de debatir, sino de levantarse a por las patatas fritas. El Madrid no tiene ninguna responsabilidad en lo sucedido, esta vez beneficiado, otras perjudicado, hecho que ha desatado sus iras. Los cambios que pide, algunos con razón, no tienen que ver sólo con los colegiados en España.
El VAR decidió que debía ser anulado el lanzamiento de Julián Álvarez sin necesidad de consultar al colegiado polaco Marciniak para que interpretara la acción en el monitor. El protocolo dice que en esos casos no es necesario. Una norma que no se interpreta en su contexto, en el caso del fútbol en todo lo que tiene que ver con el juego y las intenciones, puede convertir a quien la toma en un necio. La tecnología, utilizada como una herramienta más, mejora nuestras vidas y puede mejorar el fútbol, por supuesto, pero la sumisión a la tecnología puede convertirnos en idiotas, también en un terreno de juego.
Eurocopa 2024Opinión
ORFEO SUÁREZ
@OrfeoSuarez
Actualizado Jueves,
12
octubre
2023
-
23:26Bryan golpea el balón.JORGE GUERREROAFPEspaña vive la vida de Bryan, que no...
Bajo el agua de París, Ana Peleteiro no se sintió como Taylor Swift, no esta vez. La atleta gallega necesitaba encontrar la rebeldía que forja su personalidad, esa irreverencia que está en su gen de gran competidora. Lo invocó señalando con el dedo frente al foso, gritándole. El podio esperaba en el triple salto a la Peleteiro de máximos, a la Peleteiro que reta a Peleteiro, a la Peleteiro que se cree Taylor Swift cuando avanza con la mirada fija hacia la arena. No la encontró.
Esa Peleteiro es que la que apareció en Tokio, pero no en París, adonde llegaba después de ser madre y de demostrar una recuperación ejemplar y exprés para gritar que es posible, que la maternidad no debe apartar para siempre de la alta competición. A los 28 años, había conseguido saltar este año en el mismo segmento que en 2021 (14,85 por 14,87). No lo hizo, sin embargo, en el lugar elegido en su mente. Sus piernas no pensaron lo mismo. El sexto puesto, un diploma, no colma a esta atleta voraz, en un concurso dominado por Thea LaFond, de Dominica, con 15,02. Esa es la barrera en la que piensa Peleteiro desde Tokio. Esa es la barrera de los sueños.
Buen nivel global
Peleteiro entró en el foso con una fuerza medida y un primer intento de 14,55. Una distancia que le garantizaba, prácticamente, estar en la mejora, y eso significaba tranquilidad. Sin embargo, el concurso iba a estar muy por encima desde el principio, algo que sabían la atleta y su entrenador, Iván Pedroso, en pie en la grada para intentar dar indicaciones a la española. Meticuloso y pausado en el día a día de los entrenamientos, ahora era el momento de la vehemencia. Necesitaba transmitir a la atleta toda su ciencia, mucha, y toda la energía. Gesticulaba, hablaba alto cuando Peleteiro se acercaba a la grada.
La ausencia de Yulimar Rojas, su compañera de entrenamiento en el grupo de Guadalajara, dejaba abierto el oro, algo que no está en duda con la venezolana en la pista. En pocas pruebas del atletismo actual existe un dominio tan incontestable, sobre el que ahora se abre un interrogante dada la rotura del tendón de Aquiles que sufrió Yulimar en abril. No es cualquier lesión. Es el muelle del triplista, sometido a una presión brutal en cada uno de los apoyos. No estaba, pues, la mejor, pero el concurso era, globalmente, de nivel, por lo que Peleteiro necesitaba estar en sus mejores marcas para llegar al podio. Es lo que hizo para alcanzar el bronce en Tokio, en una serie en la que se mejoró a sí misma salto tras salto para acabar en 14,87, su récord de España. En París la habría llevado de nuevo al podio. Fue la marca con la que Shanieka Ricketts logró la plata.
Más riesgos
Ese 14,55 mantuvo brevemente a la gallega en primera posición, pero sólo el tiempo de entrar en contacto con el foso para las saltadoras. Ricketts se fue a los 14,61, Leyanis Pérez a los 14,62, Jasmine Moore a los 14,67 y Thea LaFond a los 15,02. Peleteiro arriesgó en el segundo intento. Necesitaba apurar en la tabla para ganar centímetros. Fue nulo. Su rostro lo decía todo. No se encontraba. Pedroso la llamó. Movía las manos rápido, hablaba. La española escuchaba. Había algo dentro de sí que no encontraba. El salto son centímetros pero también son sensaciones. Cuando se dirigió a la recta del foso, habló consigo misma, se golpeó el pecho. No mejoró la marca (14,52), pero se dejó 12,5 centímetros en la batida, lo que quería decir que tenía un registro mejor en sus piernas si podía ajustar el salto.
Una de las grandes cualidades de Peleteiro es la velocidad que alcanza para impulsar el salto, dividido en tres partes: 'hop', 'step' y 'jump'. El tercero, que lleva al foso, es el que marca la diferencia. Pedroso es de la opinión que los dos primeros son los buenos. El cubano es un sabio del triple. En ocasiones, sin embargo, eso puede llevar al que el tercero tenga poco tiempo de contacto y, por tanto, menos fuerza.
Aparece la lluvia
La lluvia apareció para dificultar más el concurso de la española, puesto que en ese momento era la que debía sumar centímetros para alcanzar el podio. La intensidad hizo que los jueces devolvieran a las atletas dentro del estadio. La práctica era imposible. Hubieron de vestirse y desvestirse. De regreso, la española volvió a situarse en la recta. Pidió al público que la siguiera con las palmas, pero se levantó del foso seria. El salto había sido bueno, pero insuficiente (14,59). Continuaba quinta en la clasificación, a dos puestos del podio. En el quinto, sobre la arena, se llevó las manos a la cara. Se había quedao en 14,26. Era sexta, el puesto que ya no pudo mejorar en el último (14,31), incapaz de encontrar a su Taylor Swift en París.
A este a Sergio Ramos que sube cuestas a la carrera en mitad de la noche, observado por una incrédula Pilar Rubio, sólo le falta la piedra, la piedra de Sísifo que vuelve a caer por la misma cuesta, inexorable, una y otra vez, como inexorable es el paso del tiempo. En esa lucha se encuentra este dios del estadio, que talla su cuerpo como si fuera un retablo barroco, con la misma minuciosidad de siempre, pero en una realidad muy distinta. Una realidad que se niega a aceptar, del mismo modo que prefiere no escuchar a quienes le ponen frente al espejo. A los 38 años, no quiere la limosna de la gloria, quiere la gloria entera, el paraíso perdido.
Las lesiones en la defensa del Madrid, una plaga bíblica, han invocado su nombre, del mismo modo que lo ha hecho el futbolista y quienes le asesoran en materia de comunicación con los oportunos vídeos de sus entrenamientos en redes sociales. En el Bernabéu no ha habido movimientos. Ni los habrá. La llamada de Florentino Pérez era la llamada más deseada por Ramos. El presidente no pretende variar, salvo sorpresa, la política de evitar el mercado de invierno. No suele salir bien. La última vez, con Kepa, fue el postrero ejemplo. El presidente, además, no perdona. La salida del jugador del Madrid, que exigía una renovación más prolongada, se produjo entre malas caras durante la forzada ceremonia del adiós, como una boda entre montescos y capuletos.
Sergio Ramos, en una imagen de sus redes sociales.E.M.
Para el jugador era la oportunidad de un final de cuento, por lo que ha llegado a decir que al Madrid iría gratis. El regreso al Sevilla, de hecho, tenía mucho de emocional y reparador, por una cifra menor a la de su caché entonces. Ante la tesitura de continuar, algo que podría haber hecho, ya resultaba poco. Todas las ofertas que le han llegado con posterioridad también lo eran, en su opinión, pese a que algunas personas de confianza le intentan convencer de que, a los 38 años, es imposible obtener ingresos mayores a los dos millones de euros por temporada. Del Madrid se fue con 12,5 millones netos.
Besiktas o Fenerbahce, en el fútbol turco; San Diego, en Estados Unidos, o hasta el Como italiano, a cuyo mando está Cesc Fàbregas, con el que compartió la trilogía de la selección, mostraron su interés en vano. Ni siquiera en Arabia estaban dispuestos a pagar lo mismo que a Nacho o Laporte, pese a los contactos establecidos, incluso con el Al Qadsiah de Míchel. Nacho tiene cuatro años menos; Laporte, ocho.
René Ramos, hermano y agente de Sergio, ha gestionado con acierto su carrera y ha sido receptor de muchas de esas ofertas, aunque desde hace un tiempo, realmente, el jugador se gestiona a sí mismo, mientras René ha dimensionado su agencia y su condición profesional al margen de su hermano. Son familia y siguen juntos, pero no a todas partes.
El dinero no es la razón
«No es únicamente el dinero. Es el destino, el proyecto deportivo, el tiempo, la oferta...», afirman desde el entorno del futbolista, donde no todos le dicen lo que quiere escuchar. La experiencia en el PSG, familiarmente, no fue buena. Sergio mira lo que ganan Messi o Busquets en el Inter Miami y responde. Pero Messi es único, como Cristiano, y Busquets, dos años más joven. La pasada temporada, el ex azulgrana cobró siete millones de dólares, algo excepcional en la MSL. Jordi Alba percibe 1,5.
A pesar del dinero gastado en la cría de caballos y obras de arte o alguna inversión inmobiliaria, sugerida por familiares cercanos, que no salió como se esperaba, la cantidad a ganar no es la razón de las negativas, ya que Sergio posee un patrimonio, la mayor parte invertido, cercano a los 100 millones de euros que puede hacer líquido cuando lo desee. Bien aconsejado y asesorado, fue uno de los futbolistas de su generación con menos conflictos con Hacienda. La mayoría de los campeones del mundo, en cambio, hicieron frente a duros procesos bajo la amenaza del delito fiscal.
El jugador no habla de la retirada, ni se ha puesto plazos. Mantiene sus entrenamientos personalizados con Bernardo Pérez, 'Berni', preparador personal al que conoció en Sevilla y con el que ha trabajado siempre a lo largo de su carrera. Sergio introdujo a Berni en el Madrid durante la etapa de Zidane en el banquillo y lo puso en contacto con otros jugadores, como Karim Benzema. El francés cambió su físico y alcanzó entonces la cima de su carrera. Los entrenamientos que realiza actualmente con Sergio son estajanovistas, muy duros, desde el punto de vista físico. Las incógnitas nacen de su falta de partidos.
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La rumba latina de Los Yakis
Al margen de la dedicación a los caballos, Sergio también ha incrementado su actividad en el mundo de la música, algo que se ha planteado hacer de forma más profesional una vez se retire del fútbol. Al margen de los cameos que ya ha realizado en el pasado, podría vincularse como promotor. El 'showbusiness', en general, le atrae, como demostró en su acompañamiento al último combate de Ilia Topuria.
Próximo al grupo Los Yakis, formado por tres hermanos, que fusiona el flamenco con los ritmos latinos, el jugador participó en el vídeo de uno de sus éxitos, No me contradigas. Es justo lo que Sergio les dice a quienes le advierten del inexorable paso del tiempo.