Un impecable equipo suplente del Madrid dio una exhibición en Los Cármenes, digna de un campeón de Liga, mientras que el Granada deambulaba por el terreno de juego, ya en el abismo de la Segunda División.
El mediocre planteamiento de Sandoval quiso ahogar al Madrid en su salida de balón, pero quien se asfixió fue el propio equipo granadino. Hasta que agotado, hundido moralmente, tiró la toalla con la primera gran jugada al Brahim.
Llegó el 0-2 de
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El Madrid de los centrocampistas es ahora el Madrid de los delanteros. Un equipo entendido sobre los pies y los goles de Kylian Mbappé y Vinicius Júnior, piezas centrales de una galaxia futbolística y mediática que Carlo Ancelotti trata todavía de encajar. El conjunto blanco acumula un mes de competición desde que levantara la Supercopa de Europa y a sus espaldas ha dejado más dudas que certezas, con dos empates en Mallorca y Las Palmas que le alejan a cuatro puntos del Barça en Liga. Esta noche arranca su defensa de la Champions, con Arda Güler convertido en núcleo y chispa de la galaxia ante las lesiones y la falta de creatividad en el ataque. Es el 'nuevo' Di María de Ancelotti, un extremo transformado en conector del centro del campo y la delantera.
Ante el Stuttgart, una de las revoluciones de la última Bundesliga, el turco apunta a titular. Lesionados Camavinga, Ceballos y Brahim, con Tchouaméni y Bellingham recién salidos de la enfermería y después de un partido en San Sebastián en el que fue el mejor del equipo, Güler aspira a repetir posición y rol en el debut continental en el Bernabéu. Después de no contar hasta el final de la temporada pasada y de su buena Eurocopa, está ante una gran oportunidad de acumular minutos. Todo después de un verano en el que se rumoreó, aunque el Madrid no se lo planteó, con su cesión a otro club.
Su caso recuerda un poco al de Di María. Vayamos a la temporada 2013-2014. Ancelotti usaba un 4-2-3-1 con Gareth Bale en la banda derecha, Modric, Khedira y Xabi Alonso repartiéndose el doble pivote e Isco o el croata en la mediapunta. No había sitio para el argentino, que alternó titularidades y suplencias y empezó a sopesar una salida. Pero al final, las lesiones y la propia idea de Ancelotti le terminaron encumbrando como enganche en el 4-3-3, siendo la final de Lisboa ante el Atlético la guinda a la temporada.
La solución ante los muros
Eso busca ahora Carletto con Güler. El tridente de ataque parece claro: Vinicius, Rodrygo y Mbappé. Salvo que Rodrygo baje mucho su nivel o alguno sufra una lesión, no parece que el turco pueda encontrar acomodo con regularidad ahí. Le queda la baza del centro del campo y dos situaciones que agobian a Ancelotti: les lesiones y la falta de creatividad cuando el rival se encierra, algo que ha sufrido el Madrid en todos los encuentros de esta temporada en Liga. Si enfrente observa dos líneas bien construidas, le cuesta abrirse paso. En la mente de Ancelotti, ahí aparece Güler.
El turco es creativo, valiente a la hora de buscar el pase vertical y posee una gran visión de juego. Y además, ha mejorado su físico, vital para la lucha cuerpo a cuerpo que también le pide el técnico. Ante la Real actuó como enganche, con Valverde y Modric detrás y el trío estrella arriba. Completó 34 de 35 pases, ganó 3 de 5 duelos, recuperó tres balones y acabó provocando un penalti.
Contra el Stuttgart vuelven Bellingham y Tchouaméni, pero el inglés igual arranca desde el banquillo y el galo, si entra, lo haría por un Modric que se ha jugado casi todo con el Madrid y con Croacia.
El "hermano pequeño" del vestuario
Camavinga, Ceballos y Brahim están en la enfermería y todavía se quedarán allí unas semanas más, así que la oportunidad de Güler existe, más todavía cuando el Madrid ha perdido a Toni Kroos, que tampoco había aterrizado en la capital en la 13-14, cuando brilló Di María. Zurdo y delgado como 'El Fideo', a sus 19 años es uno de los preferidos de la afición, especialmente de los niños, y es el «hermano pequeño» de un vestuario que le ha tratado con mimo desde su llegada hace más de doce meses. No hablaba español y tampoco demasiado inglés, y durante la primera parte del curso se pasó más tiempo con los médicos que con sus compañeros, así que le costó entrar en la dinámica del vestuario. Ya no. Abi, que quiere decir 'hermano' en turco, es su apodo en los pasillos de Valdebebas. Valverde, del que ha heredado el número 15 y cuyo hijo es fan del turco, y Brahim son sus dos principales apoyos.
Más allá del Madrid, es la gran esperanza de Turquía, donde ya es capitán general: «Cuando le veo jugar, vuelvo a mi infancia. No tiene límites y lo mejor es que escucha a todo el mundo», admite Montella, seleccionador otomano. «No puede jugar en el doble pivote, pero sí de interior», explicó ayer Ancelotti. «Tiene que defender y atacar, meterse bien entre líneas, recibir, asistir... Está respondiendo bien y va a tener más protagonismo», anunció.
Portugal acelera. Es el plan que está en la cabeza de Roberto Martínez desde el mismo momento en que logró la clasificación: crecer en la propia competición, cuando los caminos se empinan y «el fútbol tiene que dar soluciones». No aparecía en la lista de grandes favoritas, no se le daba a Cristiano Ronaldo un papel de estrella principal. Pero no importó. A pesar de que sufrió en el estreno, el guión está marcado y lo siguió al pie de la letra sin ni siquiera tener que pisar el acelerador.
El infierno turco en Dortmund lo apagaron los navegantes portugueses en un abrir y cerrar de ojos. Dispuestos a jugar casi de tú a tú empujados por una grada entregada, fueron cometiendo errores que les costaron muy caros. Si bien es cierto que sujetar el fútbol de Portugal es una tarea titánica, ir a buscarlos al centro del campo y dejar kilómetros a la espalda de una defensa cómica puede ser suicida.
Un minuto le costó a Rafael Leao cogerle la espalda a Çelik, asociarse con Bernardo Silva y ver cómo aparecía para rematar al segundo palo Cristiano Ronaldo. El capitán está ávido de gol para coronar su sexta Eurocopa y el partido se fue dibujando para que pudiera conseguirlo. No fue ese, pero sí otro hito.
Deshizo Roberto Martínez el experimento de colocar a Joao Cancelo en la medular. Le dejó corretear con cierta libertad, pero en la banda derecha. En Palinha como escudero de Vitinha encontró el equilibrio y Portugal fue muy sólida ante las carreras de los turcos buscando contras. El peligro, a falta de Arda Güler que no fue titular, lo generó Aktürkoglu, el extremo del Galatasaray buscando el carril que, de vez en cuando, dejaba libre Cancelo. Su primer remate fue forzado, al segundo, a centro de Kökçu no llegó por un suspiro. Quería Turquía crecer y sumar para verse en octavos, pero Portugal no estaba incómoda.
Las contras las frenaban Ruben Dias y un esplendoroso Pepe, el abuelo de la competición con las piernas rápidas para barrer rivales cuando era necesario. Los turcos corrían cuando lograban tener la pelota, que no fue mucho; Portugal la hacía correr. Especialmente por la banda izquierda, con Leao y Nuno Mendes como una sociedad letal. Por ahí llegó el gol. Lo lanzó el atacante del Milan, lo buscó hasta la línea de fondo el lateral del PSG y se lo sirvió a Bernardo Silva para que lanzara un zurdazo imparable. Sin excesivo esfuerzo, Portugal tenía el encuentro en sus manos y no tardó en agarrarlo con fuerza en la jugada más tonta de esta Eurocopa.
Error grosero
Dos jugadores de Turquía, su central Akaydin y el meta Bayindik quedarán marcados para siempre. Un robo de Cancelo, un error al buscar a Cristiano, que la quería a pie y el lateral se la puso al espacio, y la fácil recuperación de Akaydin acabó en desgracia: cesión atrás al portero sin ver que había salido y balón avanzó llorando a puerta vacía. Vibró el reloj del alemán Felix Zwayer y no hubo dudas. Discutían Ronaldo y Cancelo, se recriminaban el error los turcos. Pero el partido ya estaba inclinado sin remedio y el Muro del Westfalia, vestido de rojo, helado.
Miró Roberto Martínez al banquillo y echó mano de Neves y de la electricidad de Pedro Neto mientras la solución se la gritaban a Montella desde la grada: Arda Güler. Ya que el duelo parecía imposible, nadie en Dortmund quería quedarse sin ver al nuevo ídolo turco que, pese a la fatiga muscular, saltó al césped en el minuto 69.
Para entonces, Turquía ya había encajado un gol más. Un balón al espacio que dejaba a Cristiano mano a mano en el corazón del área contra Bayindik. Entonces apareció el otro yo del Balón de Oro, el que creado el técnico español y el que justifica que sea un futbolista omnipresente en el once de Portugal. Podía haberla empujado y haber logrado el reto de marcar en cada una de las seis Eurocopas que ha disputado. Pero no, eligió regalarle el gol a Bruno Fernandes, que asomaba solo en el punto de penalti. Un gesto, un abrazo, que cierra heridas y acalla debates. Además, tiene premio, porque convierte al astro portugués en el jugador con más asistencias, ocho, de la historia de la competición igualando al checo Poborsky.
No en vano es la estrella y así lo viven en cada campo, donde burlan la seguridad una decena de aficionados y saltan al césped para hacerse fotos con él en cada partido.Turquía, tan alucinada como noqueada aun con Güler en el campo, sólo podía mirar.
Sucumbe Mbappé, sucumbe el Madrid. No es necesariamente el axioma de lo que sucedió en Anfield, pero dada la jerarquía del futbolista y el esfuerzo e inversión del club en el francés, la relación es evidente. Lo fácil es señalar a Mbappé por el penalti errado cuando el Madrid se aferraba a esa acción como un náufrago a un tablón en mitad de la tempestad. Un penalti, sin embargo, lo falla el mejor. Que se lo pregunten a Salah. A Mbappé hay que preguntarle por otras cosas, después de un partido errático, repleto de imprecisiones. También lo hizo Güler, el esperado Güler, pero la espera de uno y otro no tienen nada que ver, ni cuestan lo mismo. [Narración y estadísticas (2-0)]
Mbappé no es el único culpable de esta derrota ante el Liverpool (2-0) que pone al Madrid en una situación muy comprometida en la Champions, destinado a luchar por la pedrea en una primera fase nueva y extraña. El tiempo de los miuras queda lejos y es el tiempo del Madrid, pero la primera feria deja muchas sospechas, tras caer ante el Lille, el Milan, peores equipos que este Liverpool, con pleno en la Champions y líder de la Premier. Siguiente parada, Bérgamo, el Atalanta. De este modo, cualquiera lugar invoca una oración.
Las sospechas se ciernen sobre Ancelotti, por la irregularidad del equipo, y sobre Mbappé. Al primero le excusan las lesiones; al segundo, nada. Sin Vinicius, lesionado, Anfield era la arena para que buscara su lugar en el sol, después de un arranque de temporada tibio, donde apenas ha sido un crack de highlights. Hoy, la distancia entre Vini y Mbappé es un abismo, una sima. La ansiedad del francés, que lo que más cerca estuvo del gol fue de rebote, es un hecho, pero la ansiedad difícilmente es titular en el Madrid.
El 'vietcong' del liverpool
Mbappé era uno de los perfiles ofensivos escogidos por Ancelotti para un Madrid poco ofensivo. Tampoco eso es una coartada. Puede ser un contrasentido o puede ser un ejercicio de realismo, dado el parte de bajas del Madrid y la vocación de un Liverpool capaz de poner Anfield cuesta abajo cuando ataca. El día después de Klopp es el día siguiente, ahora de la mano de un desconocido de los banquillos, Arne Slot, que parece sacado de la carpeta de un head hunter. Se va el divo, se queda la idea.
Presiona y corre, corre mucho el Liverpool, algo que al Madrid le cuesta mucho aguantar con el mismo lenguaje. En Anfield tocaba el Madrid de la resistencia, el Madrid del Etihad, frente a un fuego ofensivo frenético cuando encuentra su ritmo, con futbolistas que alternan posiciones y roles, sin ofrecer referencias, como un ataque del Vietcong. La única solución era romper ese ritmo.
Lo consiguió el Madrid con un buen repliegue, aunque sin impedir las oportunidades que se sucedieron en la primera mitad. Courtois paró a quemarropa ante Darwin Núñez, Rüdiger cortó un centro de gol con el rostro inyectado y Asencio reaccionó a tiempo de sacar el balón sobre la línea después de su propio rechace. Nada más llegar al primer equipo y nada más empezar, era la jugada que puede condenar a quien llega de la cantera, siempre en debate, siempre bajo sospecha y siempre, o casi siempre, demasiado lejos del primer equipo del Madrid. Los centímetros que le podían haber señalado, en cambio, lo elevaron en su autoestima, sólido en su papel y bravo a empujones con Darwin Núñez. Aunque le costara una tarjeta, demostró cuajo en el área de Anfield. No es cualquier lugar. La maniobra de Mac Allister antes del gol lo encontró en el pulso final, pero el problema se había originado con anterioridad, en la falta de anticipación antes de que recibiera el delantero en el área.
Gakpo festeja el 2-0 junto a Van Dijk, Salah y Luis Díaz.AFP
El tanto fue la consecuencia del asedio que el Madrid no pudo impedir con el break del descanso. Fue peor. El segundo tiempo arrancó, de hecho, con la mejor intervención de Courtois, mano abajo, continuó con el gol y, de inmediato, la lesión de Camavinga, hasta entonces el mejor futbolista del Madrid, junto con Courtois.
Una serie negra que, sin embargo, dio paso a los cambios y a una ocasión aparecida de la nada gracias a uno de sus protagonistas. Lucas Vázquez saltó al campo para que Valverde, inicialmente lateral, pasara al centro del campo, junto a Ceballos. La primera vez que pisó el área, Lucas Vázquez provocó un penalti de Robertson. Mbappé dio entonces continuidad a su partido. Lo lanzó mal, como lo haría Salah, pero con mejores antecedentes. La mejora del Madrid fue insuficiente frente al gol de Gakpo. Mbappé miró al césped sin respuestas. A él lo mira el madridismo.