La expiación es un concepto que conoce bien el buen creyente. Al convertir virtud y pecado en el ‘yin y el yang’ de su vida, la necesita para hacer un ‘reset’ espiritual, porque nadie es inmune al segundo: todos somos pecadores. Luis de la Fuente es
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Cuando Katie Ledecky entró por primera vez en La Défense Arena dijo que la piscina construida en una instalación donde habitualmente se juega al rugby le hacía sentirse pequeña, diminuta. Al salir de esa misma piscina, después de la final de 400 libre, no se sintió pequeña. Se sintió humana, de nuevo humana, frente al poder de una nadadora que avanza como un fueraborda. Es Ariarne Titmus, a la que sus compañeras de equipo empezaron a llamar Terminator. La razón es evidente. La australiana supo muy pronto, en el primer centenar de metros, que no iba a necesitar de lo más terrible de su apodo, no esta vez, porque Ledecky tampoco era Ledecky, no la que conocemos, y porque Summer McIntosh tiene todavía demasiado respeto a la jerarquía. Esas tres nadadoras, pasado, presente y futuro de la prueba, lo tenían todo para llevar la final al umbral del récord del mundo, en poder de Titmus. Para eso habría hecho falta una Ledecky inhumana. El primer encuentro con París la descubre más cerca de los mortales, pero con una gran obra todavía por delante.
La estadounidense podía temer la derrota. Estaba en sus cálculos. De hecho, ya la sufrió en Tokio o en Fukuoka frente a la misma nadadora, líder del equipo australiano que devoró la piscina nipona y ha empezado del mismo modo en París, donde también se hizo con el relevo 4x100 libre en la primera jornada. Ledecky nadó en Tokio en 3:57.36, más rápido de lo que lo hizo en París la vencedora (3.57.49). Aunque lo hubiera repetido, no le habría servido de nada, porque Titmus lo habría mejorado. Su superioridad fue incontestable de principio a fin. La norteamericana, en cambio, bajó a la barrera de los cuatro minutos (4.00.86), algo que no había hecho en grandes competiciones prácticamente desde que rompió ese muro y arrebató el récord a Federica Pellegrini. Era el cambio de era.
Esperando el fondo
Esta apertura por debajo del rendimiento esperado, no únicamente por el bronce, puede abrir interrogantes acerca del desafío que se ha planteado la estadounidense. A sus 27 años, pretende nadar también los 800, 1.500 y el relevo 4x200. Conforme aumenta la distancia, lo hace su dominio, al tratarse básicamente de una fondista. La Ledecky del pasado, desde su aparición con 15 años en lo más alto del podio de Londres 2012, no tiene oposición en las pruebas más largas. Veremos en París, donde mantiene su objetivo de convertirse en la deportista con más títulos olímpicos, no sólo la nadadora. En Mundiales, ya suma 16, uno más que Michael Phelps.
El bronce de los 400 libre es su medalla olímpica número 11, de las que siete son de oro. Si es capaz de añadir los del 800, 1.500 y 4x200, alcanzaría los 10 y superaría los nueve de la gimnasta ex soviética Larissa Latynina. El deseo de la nadadora de Washington DC, aunque actualmente se entrena en Florida, es llegar a los Juegos de los Ángeles 2028, en los que tendrá 31 años. Hasta entonces continuará con Anthony Nesty, su entrenador y primer nadador de raza negra en lograr un oro en la piscina olímpica, en Seul'88. No es una edad habitual en la natación, y más para especialistas tan precoces, pero Ledecky ha sabido profesionalizar su actividad, crear su personaje y hacer fortuna. Ha desarrollado una carrera a la medida, biografía incluida, a partir de una personalidad muy fuerte, alejada de la debilidad que ha afectado fuera del agua a otros campeones, como Phelps o Caeleb Dressel. Si alguien está en condiciones de reponerse de una derrota como la sufrida en París es precisamente Ledecky, y no únicamente por la fe que profesa.
A la imponente piscina de La Defénse salió como salen las estrellas, con pasos cortos, con tiempo para que la aclamaran. Es discreta y mantiene sus rutinas, pero no desprecia sus momentos de diva. Se lo ha ganado. Titmus o McIntosh lo hicieron como las demás. La norteamericana se dirigió a la australiana para decirle que se había equivocado de calle y de cubo donde dejar sus cosas antes de lanzarse al agua. Tuvo que recogerlos. Antes de subir a los poyetes, nadie quería mirarla. Titmus, pese a saberse superior, le dio la espalda. Ese respeto es el que se gana con el tiempo. Por ello, la australiana no quiso tenerla por delante en la piscina. Se lanzó a acabar con las dudas desde el primer 50.
Titmus, ante Ledecky, tras su victoria en los 400 libre.AFP
Titmus tenía 20 años cuando ganó a Ledecky en Tokio. Después volvió a hacerlo en más de una ocasión. En el Mundial de Fukuoka, el año pasado, lo hizo, además, con un nuevo récord del mundo (3.55.38), tesoro que se han alternado las tres nadadoras que subieron al podio de París, incluida la joven McIntosh, que cumplirá 18 años el próximo 18 de agosto, días después de que se cierren los Juegos. El duelo del futuro es el que tendrá con Titmus, por lo que Ledecky hará bien en orientar su carrera hacia el fondo, y más con la frontera de Los Ángeles.
La longevidad es más permisiva con la distancia que con la velocidad. Ledecky, pese a ello, había logrado ser la más rápida en 200 libre en los 'trials' de su país, pero sabía que eso no la convertía en una candidata al oro en la prueba, que seguramente volverá a devorar Titmus. Se encontrarán de nuevo en el relevo de 4x200. Un duelo trepidante y nada fácil para Ledecky y sus compañeras, que en la primera jornada ya vieron como las australianas dominaban el 4x100 libre y las relegaban al segundo peldaño del podio.
El Bernabéu ha conocido a pocos enemigos como Guardiola, que en otro tiempo era Atila sobre su hierba arrasada. Ahora es un general herido, descompuesto, que habla consigo mismo en la zona técnica del campo como lo hace un preso en su celda. Esa imagen no es ya la del Atila implacable, más cercana a la de Napoleón en Santa Elena, lejos de la gloria, lejos de un imperio perdido. En esa situación también sabe Guardiola que no hay peor enemigo que el Madrid, un equipo impío. Mbappé es su nueva arma, un futbolista de mirada y disparo en el mismo movimiento. Tres veces lo hizo, tres goles que resumen el catálogo de un prodigio.A la primera, el francés ejecutó al anticristo del Bernabéu, por el que el madridismo siente una extraña mezcla de odio y admiración. Guardiola cayó al alba para observar en su agonía la eternidad blanca personificada en un futbolista hecho a la medida de su historia. [3-1: Narración y estadísticas]
El gol de desventaja con el que llegaba el City después de la ida era una ventaja con trampa para el Madrid cuando lo que se juega es un partido de la aristocracia, aunque sea en estos extraños playoffs de una extraña Champions. Ancelotti no se fiaba. Nadie. El fútbol de Guardiola es envolvente, por lo que el peligro crece con el pasar de los minutos que es el pasar de la pelota. Para eso hizo un equipo, con Nico titular, pero acompañado por Bernardo Silva y Gündogan, dos vacas sagradas en el ocaso. Pedirles presión es pedir lo imposible. Por ahí empieza la descomposición que esta temporada es como un desplome. Ningún gran imperio cae poco a poco. Se derrumban en proporción a lo que han sido.
El gran pase de Asencio
El Madrid lo sabía, sentía el rastro de la sangre con la que llegaba al Bernabéu, porque la había olido en Manchester, donde sólo el destino le privó de una goleada de escándalo. Partió, pues, a cumplirla ante su gente. A la primera, lo consiguió. Asencio lanzó un pase vertical que recordó el que le dio a Bellingham en su debut. El receptor fue Mbappé, que ganó la posición entre Ruben Días y Stones, y lanzó una vaselina sobre Ederson. La conexión del gol tiene una interesante lectura, pues enlaza al último de la cantera con el gran fichaje del año. Los Zidanes y Pavones son, hoy, Asencio y Mbappé.
El primer eslogan de Florentino Pérez parece superado, pero el anclaje del central canario es un mensaje al club y a Ancelotti. Con Rüdiger de vuelta, el italiano no lo sentó y pasó a Tchouaméni al centro del campo para dar su sitio al canterano. Asenció respondió en modo Sergio Ramos, inyectado, rápido en los cortes y preciso no sólo en el pase del primero gol, sino en los pases verticales para romper líneas.
Mbappé, ante Ederson.OSCAR DEL POZOAFP
Fred Astaire y John Wayne a la vez
La maniobra sentó, asimismo, mejor a Tchouaméni, junto a Ceballos, hiperactivo, y Bellingham en el centro del campo, a los que se unía Valverde desde el lateral. El uruguayo tiene físico para estar en todas partes. Rodrygo y Vinicius acompañaron a Mbappé, siempre en movimiento, en vertical o en horizontal. El francés es capaz de correr sin mirar el balón pero con el conocimiento de donde llegará, como si llevara un GPS. Lo hizo en el primer tanto al espacio abierto. Del mismo modo, puede dar pasos de claqué en espacios cortos sin pisar a nadie, sólo el balón, y encontrar la salida. Sucedió en el segundo de sus tantos, después de un recorrido coral que conectó a todos sus atacantes, como una ola de lado a lado del estadio hasta llegar a la orilla. Era la red de Ederson. Mbappé fue Fred Astaire y John Wayne en la misma acción: claqué y disparo. En el tercero, ya en el segundo tiempo, colocó el balón en la esquina de Ederson tras una bicicleta y cambio de ritmo sobre su defensor. Ooh la, la!!!
El partido de Mbappé es el partido que se espera de quien ha llegado al Bernabéu para ser el nuevo icono del fútbol, con permiso de Vinicius. Lejos queda aquel penalti errado, el colapso de Anfiled. El partido de Mbappé, con su hat-trick, fue, no obstante, el partido más redondo esta temporada del Madrid, el gran Madrid de la Champions, que ahora deberá verse en octavos ante el Atlético o el Bayer Leverkusen de Xabi Alonso. El viernes lo sabremos. Después de este acto, el Madrid cambia su paso tras una primera fase deficiente. Ningún equipo es capaz de pasar de cero a 100 como los blancos, reyes de la Champions y reyes de las emociones. Es el que da miedo al resto.
A 100 por hora siguió en un partido que el Bernabéu no quería que se acabara, como esas series que se siguen hasta la madrugada, aunque con Mbappé ya aplaudido y sustituido. Haaland, lesionado, lo observó todo desde el banquillo. Sólo el agonizante Guardiola quería darle al off, porque ni el gol de Nico evitaba lo que había empezado con el primer disparo al alba.
El olimpismo son sus héroes, aunque no siempre héroes esperados, no todos son como Simone Biles. La magia de los Juegos permite una oportunidad también a quienes llegan como antihéroes. Es el caso de Sergio Camello, madrileño de 23 años, jugador del Rayo Vallecano, al que las circunstancias de una final larguísima y un torneo muy exigente con los principales jugadores, como Fermín López o Álex Baena, llevaron a un lugar que únicamente había visitado en sueños. Quiso entonces que ese fuera su lugar en el sol, donde sentirse grande, donde firmar una gesta para siempre del fútbol español.
"Siempre quise ser como Fernando Torres, pero, hoy, soy yo el niño más feliz del mundo. Lo somos todos, en realidad", dijo Camello, el jugador más solicitado en la zona mixta del Parque de los Príncipes, donde con sus dos goles en la prórroga había sellado la victoria de España sobre Francia (3-5), el oro olímpico, en una trepidante final. "Para mí todo esto es increíble, porque en principio iba a ser uno de los descartes y al final me ha tocado lo más bonito", añadió.
Camello llegó a los Juegos como uno de los cuatro reservas, en una normativa 18+4 que acabó convirtiéndose, de facto, en 22. Eso sí, dejando fuera a cuatro futbolistas en cada partido. Sólo había jugado antes de la final un partido de la fase de grupos, ante Egipto, con España ya clasificada para cuartos. Disputó los 90 minutos y dio una asistencia, pero no le quitó el rol de delantero suplente a Samu Omorodion, hasta la final.
La conexión rojiblanca
Santi Denia, el seleccionador, se acordó de Kiko, de su gol en el 92, antes de la final en París. Un futbolista con el que compartió el doblete del Atlético en el 96. Ese mismo año, el actual seleccionador fue olímpico en Atlanta'96, pero la España dirigida entonces por Javier Clemente no pasó de los cuartos. Kiko, Santi Denia y Camello están, de hecho, conectados por el Atlético. Los dos primeros llegaron al club rojiblanco, procedentes del Cádiz y el Albacete, respectivamente, mientras que Camello es un producto de su cantera.
"Uno siempre espera triunfar allá donde se ha criado, pero no siempre se puede", dijo el futbolista, nacido en 2001. Cuando Fernando Torres marcó el gol que dio a España la Eurocopa, en Viena en 2008, tenía Camello seis años. Entonces era ya su ídolo.
Camello fue de los jugadores que Diego Simeone llamó para entrar en la dinámica del primer equipo, con el que debutó en 2019. La continuidad era otra cosa, dadas las llegadas de fichajes. Las cesiones eran inevitables. El jugador pasó al Mirandés, donde consiguió 15 goles en 37 partidos, hecho que volvió a levantar el interés de varios clubes. Finalmente, la venta al Rayo se produjo por cinco millones, un valor que estos dos goles a buen seguro aumentarán.
"Necesito tiempo para valorarlo"
Camello no marcaba desde el 17 de marzo, con su club. Los cinco meses de sequía los rompió de la mejor forma posible. "Me dijo el entrenador de porteros que él había soñado con que metía el gol de la final. Eso es historia, no se ganaba desde el 92. Necesito tiempo para valorarlo", añadió.
Representado por su tío Mauri, toda su familia ha estado muy vinculada al Atlético. La rojiblanca, de la que también procede Pablo Barrios, presente en París, no es la única cantera que ha tenido el protagonismo que los grandes clubes niegan a sus jóvenes, al competir con los fichajes. Arnau Tenas, el portero, lo es del PSG tras abandonar la Masía. Hasta nueve de los campeones olímpicos han pasado por las categorías inferiores del Barcelona, incluidos por supuesto Fermín y Cubarsí, que se mantienen todavía en su disciplina. Es lo único con lo que no ha podido la crisis.