Carvajal, ante Andrew Robertson en Hampden Park.Scott HeppellAP
Escocia escogió a España con un juego antediluviano, directo, con un estilo similar al rugby, con dos touchdown del fino estilista McTominay, el mejor. Quizá la única estrella de un equipo colérico, que va sólo al choque y que por coraje, trampas y
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Zinedine Zidane sonreía en la grada mientras Kylian Mbappé celebraba el 2-0 del Real Madrid. Ante el City. En Champions. En el Bernabéu. Se podría decir que era el sueño de ambos. El hombre obsesionado con aquel adolescente que crecía sin parar en el Mónaco. El entrenador enamorado del futbolista que se convirtió en icono en el PSG y en la selección de Francia. Zizou, porque así es el fútbol, lo vio desde su palco y no desde el banquillo, pero su sonrisa era la de todo el madridismo.
Ese 2-0 es, hasta ahora, el momento cumbre en la temporada del conjunto blanco más allá de la Supercopa de Europa y la Intercontinental. Una obra de arte que empezó en los pies de Courtois y terminó en un movimiento de cadera extraordinario de Mbappé ante Gvardiol. Una jugada en la que participaron todos los jugadores del Madrid menos Asencio y Ceballos y que culminó en el gol 1.100 del conjunto blanco en la Copa de Europa.
Cristiano Ronaldo había metido el 800 y el 900, Benzema el 1.000... Y quién mejor que Mbappé, nueva cara de esta década en Chamartín, para añadir su nombre a la historia del club.
Todo después de un 1-0 madrugador y tranquilizador, con un genial pase de Asencio y una vaselina perfecta de Mbappé, que abría el marcador para el Madrid por 12º vez en el curso: seis en Liga, tres en Champions y una en Copa, Supercopa de España e Intercontinental.
Un doblete para confirmar una racha sobresaliente del francés, que acumula cuatro partidos seguidos marcando y 12 tantos en los últimos 11 duelos disputados, 25 en todo el curso.
El primer triplete de Cristiano
Pero quería más. Cómo no va a querer más en la Copa de Europa alguien cuyo ídolo es Cristiano Ronaldo. Mbappé consiguió su primer hattrick con el Madrid en Champions, el tercero de su carrera tras los conseguidos ante Brujas y Barcelona, e hizo estallar la Castellana. El portugués anotó su primer triplete continental en octubre de 2012 contra el Ajax, con 27 años, tres después de fichar por el Madrid y nueve cursos más tarde de su debut europeo con el Manchester United. Mbappé lo ha logrado a los siete meses.
En el horizonte, acercarse a un legado continental casi imposible de igualar. Cristiano marcó tres goles o más en un partido de Champions en ocho ocasiones (una de ellas un póquer) y es el máximo goleador de la historia de competición con 140 tantos. El galo lleva ahora 55 y tiene 26 años. Le quedan temporadas suficientes por delante, pero el reto es mayúsculo.
Tchouaméni y Ceballos, imperiales
El duelo reflejó la continuación de la era madridista en manos de un Ancelotti pletórico, superior a Guardiola en lo táctico, en los nombres y en el ritmo del equipo a estas alturas de la temporada. El italiano recuperó a Rüdiger y devolvió a Tchouaméni al centro del campo. Al lado de ambos, Asencio y Ceballos, capitales en este momento del curso para el vestuario dentro y fuera del campo.
El canterano se ha ganado un hueco en el once y volvió a repetir una actuación colosal, secando a Marmoush, sustituto de Haaland, y mostrándose impoluto en cada corte. En el centro del campo, Ceballos volvió a demostrar que su nivel actual cambia por completo la temporada del Madrid. El conjunto blanco adolecía de juego en el primer tramo del curso, tenía talento en ataque con sus cuatro estrellas, pero le costaba un mundo la creación. El andaluz ha solucionado eso.
Entre Ceballos, Tchouaméni y Valverde, lateral pero también centrocampista en salida, movieron al Madrid a la perfección, cuajando el mejor partido del año ante un City incapaz. Los tres superaron el 90% de acierto en el pase.
El Madrid esperará ahora al sorteo de este viernes para saber contra quién jugará los octavos de final. Sólo dos opciones: Atlético de Madrid o Bayer Leverkusen, ambos con la vuelta fuera y con Bellingham sancionado para la ida.
Había incertidumbre, había devoción, había miedo, había pasión, había mucha, muchísima emoción. Volvió Rafa Nadal a jugar al tenis y volvió en casa, en la pista donde creció y ante el público que aún lo recuerda de niño. En el Real Club de Tenis de Barcelona nunca se vivió un partido así. El lleno en las gradas superó cualquier final -había aficionados sentados en los pasillos, en los vomitorios, en cualquier sitio-, pero también el sentimiento. Aquí Nadal ganó 12 títulos y la electricidad siempre fue otra. Esta vez todo era un misterio: su tenis, su físico, su mentalidad. ¿Y si era su último partido?
"Pensaba que nunca volvería a verle jugar", comentaba una fan a centímetros de otra porque este martes donde había dos sillas cabían tres personas. Sólo en el segundo set, cuando su victoria en primera ronda del Conde de Godó ante el italiano Flavio Cobolli -6-2 y 6-3- ya era un hecho, la afición pudo resoplar y celebrar con él algún golpe, algún punto. Hasta entonces, todo el mundo vivió entre la emotividad de su regreso y el pavor a su despedida. Incluso el propio Nadal.
Su regreso fue exitoso en el resultado, pero apenas le permitió extraer conclusiones para los días que vendrán. Si el ganador de 22 Grand Slam está listo o no para competir con los mejores sigue siendo una incógnita. Más allá de los nervios del principio -con una doble falta en el primer punto, cosa rara-, Nadal estuvo algo lento y le faltó peligro con la derecha, es decir, Nadal no fue Nadal. Si brilló fue con el revés, una buena noticia, eso sí. En realidad tampoco fue culpa suya. La atmósfera en Barcelona asustó a Cobolli que, a sus 21 años, ante el mito, no supo jugar.
PAU BARRENAAFP
Basta decir que cometió 41 errores no forzados, una barbaridad. Basta decir que no llegó al 50% de primeros servicios. Para su primer partido, Nadal seguramente hubiera preferido un rival más hecho, que le activara las piernas después de tanto tiempo parado y que le exigiera más peso en sus golpes, pero Cobolli fue lo que fue. Posiblemente en segunda ronda del torneo, este miércoles no antes de las 16.00 horas ante Alex de Miñaur, el español encontrará más exigencia, lo que necesita.
Media hora de fotos
"Rafa, Rafa, Rafa", se escuchó en todo el club desde que llegó hasta que se fue. Más aclamado que nunca, perseguido por los pasillos por centenares de niños y aclamado en cada rincón del recinto de Pedralbes, Nadal mostró dos caras muy distintas. Antes del partido, al salir de los vestuarios y dirigirse a su pista, se le notaba tenso, muy tenso, con una leve sonrisa como única respuesta a la afición que le ovacionaba. Después del partido, en cambio, se entregó a los suyos.
En otras ediciones hubiera firmado unos cuantos autógrafos y se hubiera marchado a la ducha para prepararse para mañana, más teniendo en cuenta que este martes es día de Champions, pasión entre sus pasiones. Esta vez no. Pese a que su recuperación posiblemente se alargó hasta la noche, tardó más de media hora en llegar a la casa club, atendiendo a peticiones de fotos y de pelotas firmadas. "Eres mi ídolo desde pequeño", le gritaba al máximo volumen un adolescente por los pasillos y Nadal le miraba y se reía.
Al acabar el encuentro estaba feliz por el triunfo, pero más por haber vuelto a competir. De hecho, ante la prensa estuvo más elocuente que nunca. Ni una respuesta de trámite, ni un tópico. "Después de tanto tiempo parado no se me van a quitar las dudas en un día, sobre todo a nivel físico, tengo que jugar más", comentó y reconoció que había sacado con mucha precaución: "Tengo mucha ilusión, pero no puedo hacer cosas que salgan de la lógica. No voy a sacar como un loco, tengo que ir con cuidado".
Ante los micrófonos, antes de abandonar el Real Club de Tenis de Barcelona, Nadal admitió que el partido había estado marcado por el nivel de su rival y que los próximos encuentros serán distintos. "Yo he hecho lo que podía hacer, lo lógico, no he cometido errores de bulto. Él [en referencia a Cobolli] ha cometido más fallo, ha sido una buena primera ronda", comentó y añadió: "No sé cómo afronto el partido ante De Miñaur. Ni me lo he planteado. Voy día a día. Para mí mi cuerpo es una selva, no sé que me encontraré mañana. No sé si voy a poder mantener el ritmo".