«Cuando pateo no noto nada, estoy acostumbradísimo. Tengo equilibrio, chuto fuerte igual. De hecho dicen que tengo muy buena técnica de golpeo, que chuto como Luis Cereceda, que fue kicker de la selección española y los Barcelona Dragons».
En un lateral del campo de fútbol Gornal de L’Hospitalet de Llobregat, Ángel Miralles chuta y chuta y chuta. Unos cañonazos tremendos, ¡menuda potencia! Con una red como única compañera, patea un balón ovalado de fútbol americano, lo recoge y vuelve a patearlo. Es el único kicker del equipo de la ciudad, los Pioners, de la LNFA, la primera división española, y en su entrenamiento no se observa nada peculiar. Castiga el balón, como todos los pateadores: esa es su tarea. Pero al final de la sesión, ya cansado de chutar, se une al resto del equipo y se coloca de receptor, el delantero que corre y recibe los pases del quarterback. Entonces sí se observa algo distinto.
Miralles atrapa el primer balón y sus compañeros lo celebran; Miralles atrapa el segundo balón y los compañeros enloquecen. Manco del brazo izquierdo de nacimiento, eso no le impide chutar con una fuerza notable y tampoco agarrar con el muñón los balones que hagan falta. «Al final me aburro de chutar y me uno al resto. Los compañeros cuando hago un catch se quedan flipando, pero yo tampoco lo veo raro», cuenta, joven tranquilo, muy tranquilo. A sus 21 años, estudiante de un grado superior de Sistemas Informáticos en los Salesianos de Sarrià, un barrio de Barcelona, normaliza su discapacidad con la serenidad como arma: le quita mucho hierro.
La soledad del ‘kicker’
«Hago una vida totalmente normal. Conduzco con un coche automático y un volante adaptado, por ejemplo. O juego a la Play con mis amigos. Para darle a los botones de atrás del mando, al L2, me ayudo con la pierna y ya está. Y en el fútbol americano no noto ninguna desventaja, la verdad».
- ¿Cómo llegaste a jugar al fútbol americano?
- Jugaba al fútbol de central en mi ciudad, Sant Joan Despí, pero ya quería cambiar. Hace tres años, mi hermano vio en Instagram un anuncio de los Barcelona Pagesos de fútbol americano, que buscaban chutador y como yo sabía que chutaba fuerte, me presenté. Me gustó y me quedé. Luego, el año pasado, me vine aquí, a los Pioners.
Y ahí hay una historia. Porque la vida de un kicker no es fácil. Si no median faltas, para poder jugar un chutador necesita que su equipo anote un touchdown y se señale el consiguiente punto extra. El balón ovalado se sitúa en la yarda 15, es decir, a unos 30 metros de la línea de fondo y hay que colarlo entre los palos. Tu éxito depende enteramente de tus compañeros. Este curso, por ejemplo, con los Pioners como penúltimos de la Conferencia Este, Miralles sólo ha podido anotar 10 extra points en siete partidos -dos victorias y cinco derrotas- mientras el también kicker Antonio Sarría, de los dominantes Black Demons de Las Rozas, suma 40, o Álvaro Guitián, de los Osos Rivas, acumula 18.
Como su nombre indica, los L’Hospitalet Pioners fueron uno de los fundadores de la primera competición española de fútbol americano, la liga catalana que se organizó en 1989, y posteriormente llegó a ganar hasta seis títulos nacionales, pero en los últimos años los equipos madrileños han tomado el control. Los Black Demons llevan dos ligas consecutivas venciendo a los Rivas Osos en la final. Es más, en la European League ya sólo juegan los Madrid Bravos después de la disolución de los Barcelona Dragons.
«otras cosas para no quemarme»
«Por eso me cambié de los Pagesos a los Pioners, porque chutaba poco y un partido entero sin patear es un poco desesperante. Me encanta ser kicker, pero en los entrenamientos también intento hacer otras cosas para no quemarme», cuenta Miralles que hace un par de temporadas llegó a estar en el filial de los Dragons, entrenando con los mejores del país, y que sueña con seguir progresando y quizá jugar un día en la European League. «Creo que me falta más fuerza en el golpeo, más entrenamiento. Cuando estuve con los Dragons me di cuenta que los mejores tienen una mecánica más rápida, más fluida», analiza el pateador, que no descarta alcanzar el nivel en algún momento de su carrera.
Que lo logre o no, nada tendrá que ver con su discapacidad. «En realidad, nadie me pregunta ya, a nadie le extraña, ni a los compañeros ni a los rivales. Quizá es porque me conocen o quizá es que realmente no es tan raro».