El Bàsquet Girona ha inscrito al fin a Marc Gasol. La Liga ha anulado el artículo que impedía ser jugador y presidente. Podrá debutar este miércoles contra el Real Madrid
Marc Gasol será el primer jugador-presidente en la historia de la Liga Endesa. El Bàsquet Girona inscribió este lunes al pívot de Sant Boi después de que la Asamblea de la ACB anulara el artículo del reglamento que hasta ahora impedía compaginar el cargo con la licencia federativa en la máxima competición. El catalán, que fundó el club en 2014 y fue clave para devolverlo a la élite la temporada pasada, podrá jugar este miércoles contra el Real Madrid (21:00 horas) en el partido que abrirá el curso en la Liga Endesa.
Era la guinda que faltaba en el sueño de Marc Gasol, que siempre ha destacado el lugar central que ocupa Girona en su carrera. Es la ciudad donde renació para el baloncesto. En dos años, pasó de ser un jugador residual en el Barcelona a MVP de la Liga Endesa con el Akasvayu Girona, aquel hijo de la especulación inmobiliaria que saltó por los aires en 2008. Aquella crisis liquidaría definitivamente el club en 2013. Al año siguiente, Marc Gasol fundó este Bàsquet Girona con el sueño que cumplirá este miércoles.
Para cumplirlo quedaba un último obstáculo. Hasta ahora, el Artículo 25 del Reglamento de Competición de la Liga Endesa declaraba “incompatible la condición de administrador o directivo de un Club, con el ejercicio de cualquiera de las funciones […] sujetas a inscripción en las competiciones organizadas por la ACB”. Es decir, como presidente del Bàsquet Girona, no podía ser también jugador. Sin embargo, la Asamblea ha dejado sin validez este artículo y este lunes, a solo 48 horas del re-debut, Marc Gasol fue inscrito.
El pívot de Sant Boi ha completado la pretemporada con el Bàsquet Girona, incluida la Lliga Catalana que se disputó la semana pasada, por lo que se espera que pueda jugar este mismo miércoles contra el Real Madrid en el partido que alzará el telón de la nueva temporada de la Liga Endesa.
Trofeo Gamper
AMADEU GARCÍA
Barcelona
Actualizado Martes,
8
agosto
2023
-
22:13El jugador, quien sigue entrenándose bajo las órdenes de Xavi hasta que...
«Los primeros regates se los hacía a Kila y Clara». Mounir Nasraoui exhibe orgulloso una foto en su móvil de hace más de 15 años. Los tres protagonistas de la imagen son su hijo, el hoy aclamado Lamine Yamal, y las dos perras que entonces tenía la familia del futbolista que antes de cumplir los 17, precisamente ayer en la víspera de la final de la Eurocopa, ya había asombrado al mundo entero.
Enfundado con el 19 de la selección y sin soltar su botellín de agua fría para mitigar el calor, el padre llevaba un rato en silencio, ajeno voluntariamente a la conversación de tres clientes del bar El Cordobés sobre si la próxima temporada el prometedor jugador del Barça debería vestir la camiseta azulgrana con el dorsal 10. El doble dígito que tenía Leo Messi y que pasó a un Ansu Fati cuyo futuro se presupone lejos del Camp Nou. «Se venderían como churros», aportaba en la tertulia Juan Carlos, desde hace 20 años dueño de este negocio de restauración, en el que empezó a trabajar con su tío cuando lo inauguró en 1995.
Para Mounir, este bar es una parada obligatoria cada vez que regresa a Rocafonda, el topónimo más famoso de España en los últimos días. A las nueve y veinte de la noche del pasado martes, el nivel de decibelios alcanzado en este humilde barrio de Mataró (Barcelona) probablemente fuese el más elevado del país. El espectacular gol de Lamine a Francia, con el que la semifinal volvía a las tablas iniciales, fue gritado hasta desgañitarse por muchos de quienes lo vieron crecer y pelotear en la pista de cemento o el polideportivo. «A nosotros no nos sorprende, era el mejor cuando jugaba partidillos con chavales que le sacaban dos cabezas», explica Juan Carlos junto a la camiseta, enmarcada en el bar, del debut del chico con el filial ante el Eldense, una semana después de haberlo hecho con el primer equipo frente al Betis. «No se ven, pero en la parte de delante hay dos lamparones de sudor», comenta sonriendo.
Rocafonda es una de esas zonas donde las ciudades acostumbran a dejar abandonado su nombre. En Mataró, localidad costera de 130.000 habitantes, es popular la etiqueta MTV (pronunciada a la inglesa, emtivi, como la cadena de televisión estadounidense). En este caso, las siglas aluden a la expresión «Mataró de tota la vida», la clásica distinción entre el nosotros y los llegados de fuera, entre el núcleo central y los terrenos que fueron urbanizándose [casi siempre con carencias] a medida que llegaba población de regiones como Andalucía o Extremadura. Un proceso que en las últimas dos décadas se ha replicado con personas procedentes de otros países. Alrededor de un tercio de los habitantes de Rocafonda tienen nacionalidad extranjera, con preponderancia marroquí, como Fatima, la esforzada abuela del futbolista, que emigró a España cuando Mounir aún ni hablaba.
El gesto del 304 con las manos popularizado por Lamine Yamal en la celebración de sus goles se hizo universal el martes desde Múnich. Las tres últimas cifras del código postal de Rocafonda (08304) como seña de identidad de un barrio con altos niveles de exclusión social. Soufian, amigo íntimo de la familia, se queja de los estereotipos y las etiquetas: «Aquí també parlem català».
Ese triple dígito, que comparten otros barrios mataronenses e incluso da nombre a un grupo de música rap de la ciudad, está visible en el mural que Mohamed l'Ghacham, artista urbano marroquí afincado en Mataró, ha elaborado para inspirar, a su vez, el cartel de Les Santes, la fiesta mayor que la ciudad celebra en menos de dos semanas. Con una escena costumbrista que ocupa gran parte de la fachada de un edificio de la avenida Perú, el autor desea que perdure el recuerdo de que, en 2024, «el cartel se hizo en Rocafonda».
El CF La Torreta y 'Kubala'
Las famosas tres cifras, en otro orden, coinciden con las últimas del código postal de La Torreta (08430), barrio de La Roca del Vallès (Barcelona) en cuyo club jugó Lamine antes de ser descubierto por los ojeadores del Barcelona. «En seis años habrá sido Balón de Oro», se atreve a pronosticar Inocente Díez, el veterano coordinador del equipo a quien todo el mundo conoce como Kubala, un alias que lo acompaña desde hace ya 50 años, cuando se lo implantó un entrenador que le veía una forma de moverse en el campo muy parecida a la del legendario futbolista húngaro del Barça.
Concluida la temporada, el CF La Torreta organiza durante este mes su campus, bautizado «Lamine Yamal» desde este año y al que acuden niños de edades tan tempranas como la del delantero de la selección, que con menos de cuatro años ya vestía la indumentaria del club. Sus padres se habían separado y junto a su madre, la ecuatoguineana Sheila Ebana, se instaló en Granollers, población lindante con La Torreta. Trabajando en un McDonald's, ella conoció a la hija de Kubala y ahí empezó a escribirse esta precoz historia futbolística.
«Ya no solo era cómo tocaba la pelota, a mí, sobre todo, lo que me llamaba la atención era su intensidad, su carácter, eso era lo que lo hacia distinto a todos los demás», recuerda quien fue algo así como su padrino deportivo. «A edades tan cortas, muchos críos se cansan y salen corriendo a medio entrenamiento para buscar a sus madres, pero él, en cambio, era el niño del balón, siempre con el balón», añade.
«Ningún jugador es tan bueno como todos juntos», reza una pancarta en las instalaciones del club vallesano, que hace un mes y medio recibió la visita de Lamine un día antes de incorporarse a la concentración del combinado de Luis de la Fuente en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas. La importancia del colectivo es uno de los valores que Inocente cree que el extremo ya llevaba aprendidos antes de su salto a la cantera azulgrana en 2014, cuando jugaba en el prebenjamín de La Torreta. «Le ha tocado estar en el peor Barça en muchos años, deberá tener paciencia», aconseja al futbolista como hacía, años atrás, durante algún viaje en coche de ida y vuelta desde Mataró los días en que dormía en el domicilio paterno.
Fue precisamente el trayecto entre Barcelona y esta ciudad el que inauguró el ferrocarril en España en 1848 con la mítica locomotora de vapor La Mataró. Un recorrido en tren de 30 kilómetros que Lamine Yamal repitió muchos días con su padre antes de que amaneciese. Acostumbrado a pulverizar récords y sueños desde hace apenas año y medio, "el niño del balón" se planta esta noche en el Estadio Olímpico de Berlín, a dos mil kilómetros de la pista de cemento donde regateaba a Kila y Clara hace solo 15 años.
Con dos foils por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero de la Copa América, como diría José de Espronceda si estuviera hoy en el Puerto Olímpico de Barcelona, asombrándose con el espectáculo que ofrecen los barcos que compiten en la 37 edición de la Copa América de vela.
Hoy comienza la final que enfrentará al actual poseedor de la Copa, el defensor neozelandés Emirates Team New Zealand, contra el INEOS Britannia de Reino Unido, ganador de las regatas preliminares Louis Vuitton donde se enfrentaron cinco equipos aspirantes. Los veleros más modernos y rápidos jamás vistos en un campo de regatas se disputan la competición más antigua del mundo, navegando prácticamente la totalidad de la prueba por encima de la superficie del mar, casi sin tocarlo.
Estas invenciones voladoras son el resultado de la evolución tecnológica más puntera en el mundo de la vela de competición, similar al desarrollo continuo de la Fórmula 1. Los veleros reciben el nombre de AC75 por America's Cup 75, debido a los 75 pies de largo o eslora, y 4,8 metros de ancho o manga.
La Copa América de vela ha sido el escenario, a lo largo de sus 173 años, donde se han llevado al límite los avances de esta industria. En el año 1851, en su primera edición, disputada en la Isla de Wright, Reino Unido, la goleta norteamericana 'America' sorprendió por su tecnología a los demás regatistas. La novedad estaba en el diseño de sus velas, más planas, que facilitaban su navegación. Los norteamericanos ganaron la regata llevándose la Jarra de las Cien Guineas como trofeo y conservándola hasta 1980.
Hoy en Barcelona el AC75 representa claramente ese espíritu. Cada detalle de la estructura de su casco, de las velas o de su tripulación es el resultado de muchos años de investigación y desarrollo en ingeniería naval.
Los ocho tripulantes del AC75 se reparten simétricamente en cada banda, cuatro a babor y cuatro a estribor, y permanecen parcialmente ocultos en sus cabinas para reducir su huella aerodinámica. Todo a bordo del AC75 está cuidadosamente diseñado para volar sobre el agua y deben ser minimizados los elementos que ofrecen resistencia al viento. Cada barco cuenta con dos timoneles o pilotos que gobiernan el velero, con dos trimmers que se encargan de ajustar las velas y las hidroalas o foils y con cuatro cyclors, que se encargan de hacer funcionar las velas. Los timoneles o pilotos y los trimmers son expertos regatistas, reconocidos mundialmente y con experiencia en anteriores ediciones de Copa América, olimpiadas y mundiales de vela. Los cyclors, en cambio, tienen poca o nula experiencia en la competición de vela. El término cyclor ha sido acuñado tras unir las palabras inglesas cyclist y sailor, o sea, ciclista y marinero. Aparecieron por primera vez en la edición de 2017 en Islas Bermudas, pedaleando para mover las velas a bordo del catamarán neozelandés 'Aotearoa'. Ganaron y se llevaron la preciada Copa a las Antípodas, entonces en manos de los norteamericanos, defensores del trofeo en las dos ediciones anteriores. Los kiwis, apodo con el que se conoce a los habitantes de Nueva Zelanda, sorprendieron a sus oponentes, quienes hasta la fecha realizaban la extenuante labor de mover las velas con sus brazos mediante unos molinillos. Estos navegantes, conocidos como grinders, lo hacían así desde la primera regata en 1851. ¿Por qué ahora se pedalea y no se usa la fuerza de los brazos?
Con las piernas se consigue un 20% más de potencia. Más fuerza y menos marineros. Con el propósito de sumar a estas tripulaciones hombres que generen la potencia necesaria para mover las enormes velas del AC75, los equipos han reclutado a ciclistas y remeros de élite. Estos destacan sobre los demás miembros de la tripulación por su corpulencia, ya que son atletas de entre 90 y 100 kilos de peso. Los cyclors pedalean durante toda la regata llegando a generar en picos de esfuerzo 500 vatios de potencia. Pedalean entre 20 y 30 minutos para mantener la presión hidráulica en un circuito de aceite y bombas que, colocados bajo el casco, mueven las velas y giran el mástil. Sin esa presión el barco no navega. De la cubierta de la nave hacia arriba, es decir, las velas y el mástil, todo funciona mecánicamente gracias a ellos a través de la fuerza humana.
La excepción está bajo la cubierta: un sistema electrohidráulico mueve los brazos con los foils o hidro-alas gracias a una batería. Este sistema de hidroalas permite al barco volar y alcanzar velocidades de vértigo en condiciones de poco viento, al eliminar casi por completo el rozamiento con el agua y las olas. En las regatas previas las naves han alcanzado 50 nudos de velocidad, unos 90 km/h, con vientos de tan solo 17 nudos, unos 30 km/h. La velocidad que estas naves alcanzan ciñendo, navegando hacia la dirección de donde viene el viento en el menor ángulo posible, es uno de los mayores logros conseguidos con esta tecnología.
La organización tiene unas reglas y restricciones muy estrictas. A cada equipo le dan una serie de velas mayores, velas foques y el mástil, además del sistema electrohidráulico antes mencionado. Los equipos se encargan de desarrollar, siempre dentro de las medidas y restricciones de la organización, el resto del barco. De esta forma, aunque el casco de cada competidor tenga unas dimensiones comunes, la parte sumergida, denominada carena, tiene un diseño diferente en cada velero. Lo mismo ocurre con las hidroalas colocadas en el extremo de los brazos laterales del barco o con la posición que ocupan sus tripulantes. Cada equipo ha optado por variaciones sutiles en busca de arañar unos nudos de velocidad a sus contrincantes.
En cuanto a las velas, llama la atención la ausencia de la botavara, la barra que sujeta firmemente el perfil inferior (pujamen) de la vela mayor. Se ha sustituido por un carro donde se ajusta el puño de escota y que oculto bajo la cubierta del casco se desplaza de un lado a otro para dar forma a la vela. De esta manera la vela llega a tocar la cubierta eliminando por completo ese espacio bajo la botavara por el que se desaprovechaba el viento. Así, los trimmers dan mayor amplitud, redondez o aplanamiento a las velas, y se benefician de la más mínima brisa disponible en el campo de regatas.
Se ha conseguido una mayor eficiencia aerodinámica colocando dos velas mayores idénticas en paralelo e insertándolas en la parte posterior del mástil. Si cortásemos una sección de estos elementos, la forma que obtendríamos el perfil de un ala. Los trimmers pueden controlar la tensión y forma de cada una de las dos caras de la vela, además de la orientación del mástil, que se puede girar un máximo de 45 grados. Con una cara más plana y otra más curva, como las alas de los aviones, se produce una diferencia de presión en la vela mayor y con ello un empuje adicional, que incluso en condiciones de poco viento hace volar a estos navíos.
FUENTES: The Institute of Marine Engineering, Science and Technology, University of the West of England, Bristol, 37th Americas Cup, Yachting World Sailing World.