El padre de Lamine Yamal, Mounir Nasroui, ha abandonado este viernes el Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona tras recibir el alta hospitalaria, según ha podido constatar Efe.
Nasroui fue ingresado en el citado centro este pasado miércoles por la noche tras haber sufrido un apuñalamiento en el barrio de Rocafonda, de Mataró.
Como consecuencia de ello, han sido detenidas cuatro personas por su presunta participación en los hechos, las cuales han pasado en la mañana de este viernes a disposición judicial.
Los cuatro detenidos, según han informado a Efe fuentes de los Mossos d’Esquadra, han sido conducidos desde las dependencias policiales de Mataró hasta el juzgado de Instrucción en funciones de guardia de esta localidad.
Los hechos ocurrieron sobre las 21:00 horas del miércoles en el barrio de Rocafonda de Mataró (Barcelona), donde reside la víctima, y a las 23:00 horas fueron detenidas tres personas por su presunta implicación en la agresión con arma blanca a Nasraoui, a las que se sumó ayer un cuarto detenido.
Durante los días que ha permanecido ingresado, Mounir Nasroui ha estado acompañado en todo momento por sus familiares y este jueves recibió la visita de Lamine Yamal, a quien desde el centro hospitalario recomendaron que no lo hiciera inicialmente para no perturbar el normal funcionamiento del mismo, debido a su importancia mediática del futbolista del Barcelona.
«Yo, bombo... Yo, bombo...» Era lo único que Manolo acertaba a decirle a una joven policía sudafricana, que lo miraba con incredulidad y nos miraba al resto en busca de respuestas. Lo único que encontraba eran risas. Manolo no estaba dispuesto a dejar el bombo para entrar en el estadio Ellis Park, donde España debía enfrentarse a Honduras, como le exigía la responsable de seguridad. Los nervios le impedían enlazar las cuatro palabras de su rudimentario inglés. Alguien le dijo a la policía que Manolo era «nuestro Nelson Mandela», a lo que el aludido contestó: «¿Que soy el qué?». La agente se contagió de las risas y, con alguna explicación más, accedió a dejarle pasar. «Yo, bombo... Yo, bombo...», repetía mientras se adentraba en las tripas del estadio. Esas dos palabras sintetizaban, en realidad, su vida, la de un personaje que llevaba la alegría a las gradas, aunque su vida se desmoronara como la de un juguete roto.
España ganó a Honduras (2-0) en el Ellis Park de Johannesburgo y comenzó el camino hacia el título después de caer contra Suiza. La recuperación de la selección de Vicente del Bosque fue, en cambio, en paralelo a la recaída de Manolo, aquejado de una fuerte ciática. Alojado con los periodistas, pedía continuamente ibuprofeno hasta que ya no pudo más y, entre lágrimas, dijo: «Me tengo que ir a casa». El debut de España había desatado críticas y dudas, por lo que Manolo regresó apenado, pero sin la sensación de perderse algo histórico. España ganó a Portugal, en octavos, y a Paraguay, en cuartos, para alcanzar las semifinales. La selección había encontrado el juego, pero le faltaba el bombo.
"El bombo o yo"
El siguiente problema era un problema que perseguía a Manolo: el dinero. Una separación con cuatro hijos que estuvieron tiempo sin hablarle, una segunda relación de la que salió más endeudado y negocios ruinosos relacionados con la hostelería, las copas y hasta el alterne, con un local en la carretera de Sariñena, lo habían dejado seco. Su primera mujer, una «belleza», según repetía, le dijo: «El bombo o yo». Al volver, se encontró el piso vacío. Apenas conservaba su bar-museo, junto a Mestalla, que también acabó por cerrar.
Si estaba en Sudáfrica, como en todos los Mundiales anteriores desde España'82, había sido por las ayudas de la Federación en los tiempos en los que viajar con la selección era una frustración constante. En los chárter con los jugadores y los periodistas apenas lo hacían Manolo y Revilla, un prestamista con americana de prestamista, siempre la misma.
Había que ayudar a Manolo a volver a Sudáfrica, insistir a la Federación y a los patrocinadores. Para eso, Ángel Villar era fácil, un sentimental. Lo hizo en uno de los chárters que desplazaban a familiares. Cuando se subió al autocar para ir al estadio de Durban, escenario de la semifinal ante Alemania, a Manolo se le habían quitado todos los dolores. Vio marcar a Puyol en directo, como a Iniesta en la final. «Ya me puedo morir», dijo entonces. Le quedaban partidos y le quedaba tiempo, pero un tiempo que le deparó decepciones y le llevó a rayar la depresión.
Bocadillos para los niños
La Federación cambió, con la llegada de Luis Rubiales, y el cariño, también. Acudió todavía al Mundial de Rusia, que estaba comprometido, pero ya nadie le llamó para ir a Qatar. Manolo sintió que no era correspondido. Había dejado su vida por la selección, pero el fútbol no le respondía, todo lo contrario que los aficionados. Era reclamado para autógrafos y fotografías más que cualquier jugador. En el primer viaje de la selección a Albania tras la caída del régimen comunista, la tripulación sólo estaba interesada en fotografiarse con dos personas, Manolo y José María García. En Tirana, pidió a todos los bocadillos de la prensa para repartirlos entre los niños harapientos.
Manolo, en un partido de España.Kai FörsterlingEFE
Había nacido en La Mancha, hijo de un albañil, pero creció en Huesca, vivió en Zaragoza y, finalmente, en Valencia, donde puso el bar-museo al que había que ir a por el bocadillo antes del partido. Acudió a un encuentro entre Zaragoza y Valencia, «los dos equipos de mi vida», recién operado de menisco, y la Cruz Roja le dio una vuelta al ruedo en La Romareda.
La gran aparición de Manolo se produjo en el Mundial de España, en 1982, en el que se desplazaba de una ciudad a otra en auto-stop. Fingió vomitar para bajarse, después de que un conductor alemán se le insinuara, e hizo otro de los tramos en un coche fúnebre, con el bombo apoyado sobre el ataúd. Ponía nombres a los tambores, como si tuvieran vida, como si fueran los hijos de los que se había alejado. Al primero le llamó Clarete, hecho en Calanda. Después llegó Pingüino y, finalmente, 'Escachuflau', por los desperfectos tras un accidente.
Nunca se separaba de su instrumento y se enfadaba si le obligaban a facturarlo en los aviones. Al llegar a Zenica, en Bosnia, para jugar un partido en la era de Luis Aragonés, alguien apareció a la carrera y se llevó el bombo. El conductor del autobús lo atrapó. No era la primera vez. Dada la suciedad de las habitaciones, durmió en la recepción, abrazado al bombo como se abraza a una pareja.
«¿Voy a llamar a Movistar para ponerlo en el bombo?», dijo en una última comida. Habían pasado ya los tiempos de los bolos con las selecciones de Costa Rica o Venezuela. «Tendré que venderlo», se resignó después. Ese día había muerto en vida.
La piscina de la polémica se cierra con tres récords del mundo, además de un buen puñado de récords olímpicos, hecho que pone en cuestión la polémica acerca de si su escasa profundidad afectaba a la velocidad. El español Hugo González fue uno de los que se quejó. Al récord de 100 libre (46.40), logrado por el chino Zhanle Pan, se unieron en la última jornada de la natación en París los de 1.500 libre masculino y 4x100 estilos masculinos.
Bobby Finke, de Estados Unidos, batió el de la mayor prueba de fondo (14.30.67) para superar en 35 centésimas la plusmarca anterior, del chino Sun Yang, que estaba vigente desde 2012. Fue un buen día para Estados Unidos, ya que su relevo de 4x100 estilos femenino mejoró el que ya tenía al concluir en 3.49.63.
Regan Smith, Lilly King, Gretchen Walsh y Torri Huske, autora de una fabulosa última posta, añadieron otro éxito para un relevo que desde 1960 acumula 11 oros en la especialidad.
China, oro en 4x100 estilos
En la misma prueba, pero en categoría masculina, volvió a lanzarse a la piscina el gran héroe de París, Léon Marchand, pero con escasas opciones de obtener un quinto oro, dada la menor potencia del equipo francés. No obstante, consiguió sumar una medalla olímpica más, en esta ocasión de bronce.
China dominó en la combinada gracias a Jiayu Xu, Haiyang Qin, Jiajun Sun y Zhanle Pan (3.31.58), con 55 centésimas de ventaja sobre Estados Unidos, mientras los locales tocaron la pared a casi un segundo.
Marchand, con cuatro oros y un bronce, y Katie Ledecky, con dos oros, un bronce y una plata, son los nadadores más galardonados, además de la joven canadiense Summer McIntosh, una de las mujeres del futuro, y el equipo australiano.
Los tres récords del mundo, además de algunas de las pruebas más rápidas de la historia de los Juegos, como todas las ganadas por Marchand, ponen en entredicho si la profundidad de la piscina de La Défense Arena, de 2,15 metros mientras que la normativa actualizada de la FINA exige 2,50, ralentizaba a los nadadores por el mayor oleaje generado. La media de las marcas es inferior a la de Tokio.