Después de una derrota, Rafa Nadal nunca necesitó aliento, un «¡Alegra esa cara!», porque en esos momentos el fuego le arde por dentro y sólo quiere abrasarlo todo, pero un periodista colombiano lo intentó este lunes en la zona mixta de Roland Garros. Con gracia paisa, le reclamó una sonrisa. Y Nadal le miró, elevó su ceja izquierda hasta el cielo, se abrió de brazos y le dejó claro que no estaba para fiestas: «Con una derrota así, ¿Qué te espera
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Entre el segundo y el tercer set, Carlos Alcaraz caminaba hacia el vestuario y con sólo dos gestos resumía sus problemas a su equipo. Con el dedo índice se señalaba la cabeza. Y luego, con el mismo dedo, anotaba que no. Todavía no había acabado el partido, pero ya estaba fuera del US Open: desconectado, desanimado, desganado. En su peor actuación en un Grand Slam, Alcaraz perdió ante el neerlandés Botic van deZandschulp, el actual número 74 del mundo, por 6-1, 7-5 y 6-4 y se despidió de Nueva York en segunda ronda.
Como ya avisó en el Masters 1000 de Cincinnati con aquella raqueta rota y en primera ronda del mismo 'grande' ante el australiano Li Tu, Alcaraz confirmó que está agotado después de una increíble racha veraniega -con los títulos en Roland Garros y Wimbledon y la plata en los Juegos Olímpicos de París- y que necesita un descanso. A los 21 años le sobran piernas y el circuito ATP no para, pero no hay mente que aguante tanta exigencia, tantas emociones, en definitiva, tanto tenis. En las próximas semanas ha prometido su presencia en la fase de grupos de la Davis, la Laver Cup, el ATP 500 de Pekín, el Masters 1000 de Shanghai, un torneo de exhibición en Arabia Saudí, el Masters 1000 de París-Bercy, las ATP Finals y las finales de la Davis, pero sería una imprudencia seguir con el plan. Alcaraz precisa olvidar la raqueta más de dos o tres días.
Este jueves en Nueva York quedó a la vista. A Alcaraz no le falló el tenis porque no hubo tenis. Simplemente no estuvo sobre la pista. Desde el primer set, que perdió en sólo media hora sin conseguir ni un solo golpe ganador, no fue él. Fue un tenista que no quería estar sobre la pista, jugar era un suplicio, competir ya era una quimera.
Sólo en dos momentos del encuentro, Alcaraz amagó con despertar. Unos cuantos "¡Vamos!", un par de golpes suyos, incluso alguna sonrisa. Sucedió al principio del segundo set, cuando devolvió con rabia un break a Van de Zandschulp y al final del tercer set, cuando ya no había marcha atrás. Entonces, con su entrenador, JuanCarlosFerrero, insistiéndole para que lo intentara, Alcaraz empezó a jugar con ironía, por diversión y hasta hubo espectáculo, pero para remontar dos sets se necesita mucho más que eso. Al final el neerlandés cerró la victoria y se llevó la ovación de su vida, la más inesperada.
El acierto de Van de Zandschulp
También lo mereció. Si el nivel de Alcaraz estuvo muy por debajo del habitual, el nivel de Van de Zandschulp estuvo muy por encima. Hace nada, en mayo, después de caer en primera ronda de Roland Garros, el neerlandés de 28 años confesaba que estaba planteándose la retirada porque tenía demasiados días malos. Con un puesto número 22 en 2022 como cima de su carrera, en los últimos meses había caído mucho en el ranking y llegaba al US Open con derrotas clamorosas sobre su espalda, como la que sufrió en su debut en el humilde Challenger de Zug.
Ante Alcaraz, Van de Zandschulp desplegó unos recursos muy superiores a esos resultados. Con contundencia en el saque y la derecha, apostó todo a unas subidas de vértigo a la red y le salió bien. Allí ganó 28 de los 35 puntos que intentó, una constante. Desde el primer punto devolvió al español todos sus golpes, le mareó con dejadas, le superó con globos, en definitiva, completó un gran partido y se mereció el triunfo. Alcaraz este jueves no estaba en condiciones de responderle.
Cuentan que el domingo, justo después de vencer en cinco sets a Lorenzo Musetti en tercera ronda de Roland Garros, Novak Djokovic salió de las instalaciones del bosque de Boulogne poco antes de las seis de la mañana y llegó a su hotel cuando ya había amanecido en París. El caos organizativo del Grand Slam parisino le había llevado a jugar de madrugada y, sin descanso, entre partidos de tanta exigencia, le había expuesto al riesgo. Este lunes, 'crac'.
En octavos de final ante el argentino Francisco Cerundolo, el serbio sólo aguantó sano un set, se rompió al empezar el segundo y tuvo que sobrevivir cojeando para vencer otra vez en cinco tiempos por 6-1, 5-7, 3-6, 7-5 y 6-3.
Durante más de tres horas, Djokovic ofreció muestras de dolor en la parte anterior de la rodilla derecha, pidió ayudó a los fisioterapeutas en repetidas ocasiones, renunció a devolver varias dejadas, pero finalmente venció. Con uñas y dientes salvó su trono como vigente campeón y, a la vez, el número uno del ranking ATP. Todavía sostiene ese honor ante el empuje de Jannik Sinner.
A veces, veloz; a veces, roto
Los gestos de Djokovic en la pista central, a ratos inmóvil, fueron la mayor denuncia hacia la dirección del torneo, aunque él se extendió en protestas hacia el juez de silla por motivos diversos. "Me habéis fastidiado la rodilla. La tierra no está bien. Estoy resbalando todo el rato. Te digo que tenéis que limpiar los fondos más a menudo", reclamó el serbio a la árbitra, Aurelie Tourte, que le replicó que la arcilla no se podía barrer más. Era el inicio del segundo set.
Hasta entonces Djokovic parecía lanzado hacia una victoria plácida, una jornada tranquila. A partir de entonces, fue un ejercicio de resistencia muy propio, tantas veces visto. Durante mucho rato, parecía una alma en pena. Al final del encuentro volaba por la pista. "Las luces están muy fuertes y todavía es de día", se quejaba también Djokovic a Tourte, que ya no sabía qué contestar.
A mediados del cuarto set, con un break en contra, Djokovic pasó su peor momento, dominado, derrotado. Cerúndolo llegó a las puertas de la mayor victoria de su carrera, de alcanzar por primera vez los cuartos de final de un Grand Slam, pero entonces dudó. Un par de fallos dieron vida a Djokovic y ya no hubo perdón. El serbio se volvió a convertir en un tenista salvaje, en el mito que es, y se llevó el encuentro sin dudarlo.
Cuando acabó el encuentro, en la habitual ronda de preguntas sobre la pista, Djokovic no quiso hablar de su dolencia, agradeció su ayuda al público de la Philippe Chatrier y se marchó con su enfado. Si los tenistas normalmente permiten tres o cuatro preguntas, él se fue tras la primera. No quería extenderse en su denuncia. Cojeando, con dolores, había sobrevivido a otra odisea de cinco sets y, esta vez sí, esta vez a una hora lógica, podía marcharse a descansar.