Por orden de aparición en el calendario, el Giro, el Tour y la Vuelta conforman el trío de joyas de la corona ciclista. Rosa morganita, amarillo oro y rojo rubí. Esencialmente latinas, ampliamente mediterráneas, ejemplos de las viejas jerarquías, forman parte de la cultura no sólo deportiva del país, al que contribuyen a representar en el mundo.
Pero el Giro es la menos cosmopolita, la más apegada a las mentes y los corazones locales. En su univer
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Elegante, exquisitamente vestido, caballeroso, con una cuidada y corta melena entre rubia y gris, Leo Beenhakker, fallecido a los 82 años, llegó al Real Madrid desde su reputación en el Ajax y sus éxitos en la temporada 1979-80. En su primera campaña con el club de Amsterdam, había ganado la Liga y caído en la Copa de Europa ante el Nottingham Forest, a la postre campeón.
Antes de aterrizar en Madrid, había pasado brevemente por el Volendan y tres años en el Zaragoza. Pero fue su trayectoria en el Ajax, y, probablemente en parte, su imagen, que encajaba con la de un Real Madrid de pretensiones 'glamourosas', presidido por la atrayente, vistosa figura de un Ramón Mendoza mundano y atildado, un personaje de relieve social, lo que contribuyó a traerlo al Bernabéu. Era un extranjero digno de la proyección internacional del Madrid y procedente de un fútbol prestigioso. Daba futbolística y estéticamente la talla.
Encajó como un guante a la medida en un momento espléndido de la Quinta del Buitre y sus estrellas añadidas, entrenada por Luis Molowny y ya campeona de Liga. Beenhakker era un discípulo y un admirador de Rinus Michels, factótum del fútbol total holandés del Ajax y la 'Oranje'. Con la Quinta consiguió los títulos de Liga de 1986, 87 y 88, antes de entregarle el testigo a John Benjamin Toshack, que redondeó el quinquenio dorado de aquella generación madridista, madrileña y canterana.
Para algunos futbolistas de aquel grupo difícilmente repetible, Beenhakker fue quien más les influyó y contribuyó a conformar su estilo. Es cierto que estuvo en el mejor momento de ellos más que cualquier otro entrenador y sufrió, como los propios jugadores, la frustración europea.
También entrenador del Feyenoord y de la selección holandesa en el Mundial italiano de 1990, Beenhakker, tras dejar el Madrid, se convirtió en un trotamundos en equipos o en selecciones de, de nuevo Países Bajos, Arabia, Suiza. Volvió, efímero, al Madrid en 1992, para sustituir a Radomir Antic, aunque sin el éxito de antaño. Pese a ello, su figura ya había quedado para siempre Unida a la Quinta. Y viceversa.
La carrera empezó y terminó a la vez. Mathieu van der Poel tomó la cabeza desde el primer metro y, al completar el último, lograba su séptimo título mundial de ciclocross. Igualaba así a Eric de Vlaeminck. Recién cumplidos el 19 de enero los 30 años, aún tiene tiempo de superar al belga y añadir algún color más a los siete del arcoíris.
Dominó desde lejos a Wout Van Aert, que salió desde la cuarta fila, y eso, en los estrechos trazados del ciclocross, es una gran desventaja a la hora de remontar. Wout perdió 46 segundos en la primera vuelta. En la tercera de las ocho, ya sólo tenía por delante al neerlandés. Y cruzó la línea 45 segundos más tarde. Todo concluyó, en el apartado cronométrico, igual que comenzó. El plato fuerte fue como los entrantes. Y, aunque sólo había ojos para la pareja estelar, hay que decir, para ser justos con el resto, que el bronce lo agarró el belga Thibau Nys, y que Felipe Orts acabó decimotercero.
Sol y frío en Liévin, al norte de Francia. Poco y duro barro. Los corredores terminaron más salpicados que rebozados. Wout van Aert, que cumplió esos mismos 30 años en septiembre, campeón en 2016, 2017 y 2018, se inclinó ante Van der Poel por tercera vez esta temporada en la, también, tercera coincidencia de ambos. Estaba en desventaja. Reapareció en diciembre tras un descanso forzoso desde que, el 3 de septiembre de 2024, camino de los Lagos de Covadonga, se cayese en la Vuelta, en la que ya había ganado tres etapas, y se dañase severamente la rodilla derecha. Y, aunque sin Van der Poel en liza, se apuntó un par de victorias en enero, no ha estado realmente en disposición de mirarle a los ojos al neerlandés a la hora de pelear por el título mundial.
Der Poel contra Van Aert
Pero el contencioso no ha caducado. Desde la edad juvenil, el dúo, casi una pareja en sus paralelismos y en la estrechez de su relación, ha protagonizado una de las mayores rivalidades en la historia del ciclismo. Quizás la mayor, dado que, en su compartida superioridad, y a diferencia de otras modalidades más repartidas jerárquicamente, han hecho del ciclocross un territorio propio y excluyente.
Cuando ambos están en liza, en forma y en plazo, los demás no existen, meras figuras de atrezzo. El de Liévin ha sido su enfrentamiento número 188, con ventaja estadística para Van der Poel. En la desigual, pero profusa colección común de victorias, semejante rivalidad ha desembocado en una forma de fraternidad y mutua dependencia. Los dos se miran en la única cara de un mismo común.
Su condición de estrellas absolutas del ciclismo en carretera ha ensanchado, después de romperlos, los horizontes del ciclocross y atraído a las frías campas nuevos y entusiastas feligreses. Aficionados a la bicicleta tradicional que, de otro modo, alejados de los circuitos belgas y neerlandeses, y de sus desconocidos especialistas puros, le hubieran dedicado a la "cabra" invernal muy poca o ninguna atención. En Liévin, el circuito, al que se accedía previo pago, estaba a reventar.
Terminados el barro, la hierba y la arena, Mathieu y Wout se reincorporan al asfalto. Les esperan, piafando, Pogacar, Vingegaard, Evenepoel y compañía. Aguardamos impacientes a todos.
Aunque no escasean los registros formidables, acaso tengan razón quienes, dado el supremo nivel de la competición, motejan de lenta la piscina. Unos 200 libre masculinos electrizantes con protagonistas sonoros desembocaron, sin embargo, en marcas nada cegadoras. A remolque durante toda la prueba, ganó David Popovici en la última, agónica brazada. Cuarto en Tokio cuando era un chavalín -ahora tiene 19 años-, el rumano (1:44.72) sólo adelantó por l
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